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ANALISTAS 13/08/2025

El dolor en las entrañas de un país

Natalia Zuleta
Escritora y speaker
Natalia Zuleta

Desde que comencé a escribir a los ocho años siempre he usado mi escritura para despertar reflexiones y emociones. Para mí, escribir es liberar las ideas y sentimientos en una sinfonía literaria. Pero más allá de eso es la posibilidad de construir lo deconstruido, de hablar de aquellas cosas que nos suceden para darles nuevas y mejores perspectivas. Y ese sentimiento en especial es que el me mueve hoy a escribir esta columna. Hablar de lo que nos duele como país y encontrar sentido. Me atrevería a decir que tenemos todos clavado un puñal en el corazón, que para unos será la manifestación de incomodidad, para otros una herida de dolor, un arrepentimiento, confusión, en fin, cada uno puede ponerle el nombre que le llegue.

La verdad es que estamos en un momento histórico en donde tocamos fondo. Leía hoy un post que decía que nos devolvimos 36 años. Estamos confundidos, dolidos y sin argumentos. La muerte de Miguel Uribe es la muerte de la esperanza que ya se hallaba fragmentada. De la ilusión de ser un país construido desde la paz y no desde la guerra. Su muerte y muchas otras muertes consecutivas sin importar credo, raza, edad, género o religión, se amalgaman en nuestro corazón para manifestarse como dolor en las entrañas.

Entonces me pregunto de dónde viene esa violencia que causa tanto dolor y abre nuestras heridas ancestrales. Creo que no conozco una persona que haya experimentado una Colombia en paz. La violencia es tal vez una epidemia que encuentra albergue en el miedo para expandirse sin piedad por todos los territorios, no hay montaña que le quede grande. Es un fenómeno que no tiene un origen explicable pero que existe y se multiplica con la rapidez de una peste. Tal vez una de las peores que aquejan a la humanidad de hoy. Es el enemigo silente que se apodera de nosotros, de nuestros actos cotidianos, del lenguaje, de la violación de la palabra y de nuestro cuerpo. Quisiera entender si en el ADN la epigenética nos dará la explicación de estos síntomas.

Todo lo que experimentamos y vivimos modifica nuestra genética y por ende la forma en que actuamos. Algunas evidencias en estudios científicos publicados por las Fronteras de la Neurociencia del Comportamiento, evidencian una relación bidireccional entre epigenética y violencia. Por un lado, el maltrato, la negligencia y los traumas tempranos dejan marcas epigenéticas en genes que regulan el eje del estrés, la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Estas modificaciones pueden alterar el desarrollo cerebral y aumentar la predisposición a comportamientos agresivos o antisociales. Por otro lado, las personas que experimentan violencia presentan cambios epigenéticos en genes asociados a la plasticidad cerebral y al sistema dopaminérgico, es decir, el conjunto de neuronas del sistema nervioso central que sintetizan y liberan dopamina. Estamos entonces ante una realidad difícil de aceptar, querámoslo o no somos hijos de esta violenta realidad que puede colarse por nuestras venas.

¿A dónde mirar cuando tanto dolor nos afecta y nos causa una extraña sensación de confusión y desesperanza? Mirar a otros países más violentos que nosotros para encontrar consuelo, jamás será alentador. Escuchar a los líderes contemporáneos que engendran en sus discursos división y odio es algo que tampoco ayuda. Intoxicarnos con las redes sociales con miles de posts de información tergiversada, llamados al odio, reacciones aceleradas, es más tóxico que nocivo. Recordar la historia para encontrar sentido al presente, tampoco ha servido de mucho pues parece que esta se repitiera a sí misma. Creo que estamos llamados a hacer una verdadera pausa. A contactar de manera intencional y comprometida con nuestros corazones para ver que queda allí, esa sabiduría silenciosa que muchas veces nos habla desde la intuición para mostrarnos caminos. Yo la he escuchado y sé que ustedes también. Escucharnos por un momento en el silencio necesario para replantear nuestras acciones y pensamientos que construyen la realidad. Debemos re calibrar esa brújula interior hacia el unísono y la compasión. Ser compasivos implica abrazar con calma este dolor de patria, hacerlo juntos, pero con la sabiduría de un lenguaje certero que nos ayude a sanar.

La tristeza y el dolor acumulados han calado en nuestro corazón, nos sobrepasan. Entonces, ¿qué nos queda? No existe una respuesta certera, sólo quedamos nosotros y lo que hemos hecho y aprendido. La huella que hemos dejado y la que queremos dejar a las futuras generaciones. Hoy acompaño el dolor de cada ser humano que ha sido víctima de la violencia. Arrebatar la vida es el acto más incomprensible de la existencia que nos hace preguntarnos sobre el sentido de todo. La pregunta que me acompaña en esta conclusión es ¿cómo podemos ser agentes de paz? Es absolutamente necesario. Lo cierto es que para serlo debemos empezar por estar en paz con nosotros mismos.

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