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Aunque muchos aplaudieron la decisión de Twitter de suspender la cuenta de Trump, lo cierto es que ese hecho insólito nos pone a las puertas de una dictadura digital. Twitter ha demostrado que tiene más poder que el presidente de Estados Unidos. Claro, eso ya lo sabíamos, la información es el poder y el capital del futuro, y esa red social la tiene toda. El problema es que nos enrostró que puede utilizar ese poder cuando quiera y a discreción de un algoritmo o con suerte de un minúsculo grupo de personas.
Déjenme aclarar que soy una asidua crítica de Trump. Lo considero un megalómano, mentiroso, misógino y racista. Sin embargo, la decisión de Twitter es inoportuna, subjetiva, y, sobre todo, peligrosa.
Es inoportuna, porque, si como dice trata de prevenir episodios de violencia, significa que pudo predecir y evitar el asalto al Capitolio. Así las cosas, debieron bloquear la cuenta hace varias semanas, evitar el día más oscuro en la democracia de Estados Unidos y de paso salvar cinco vidas. Sin embargo, la sanción llegó después. Incluso Trump alcanzó a borrar mensajes, publicó un video en el que por primera vez acepta su derrota, se comprometió a una transición pacífica y condenó el ataque al Congreso.
Y con esto llego al punto de que la decisión es subjetiva ¿Qué hace que bloqueen la cuenta de Trump y no otras tantas que también incitan al odio, la violencia, producen y reproducen mentiras o emiten mensajes abiertamente criminales? Ustedes tendrán su propia lista.
Es cierto, Twitter necesita una regulación. Yo misma he denunciado trinos que creo incitan a la violencia, a cometer delitos o son noticias falsas. Pero la barrera se rompe cuando no se censura una cuenta o mensaje bajo una medida objetiva, sino una a persona con un criterio subjetivo, una persona, que por muy trastornada que parezca, tenía 88 millones de seguidores y emitía información oficial del gobierno más poderoso del mundo.
Tampoco es un tema de libertad de expresión, limitarla o preservarla a toda costa. Con lo escandalosa que puede resultar la sanción a Trump, el verdadero meollo del asunto es si una red social tiene el carácter moral para ejercer la censura. Estoy convencida de que no y que con esto lo único que hace es exhibir su capacidad de intervenir incluso en el orden mundial. Una capacidad que sí es ilimitada, o, ¿quién la regula? Si ni siquiera Trump puede apelar, ¿cómo lo haría un ciudadano del común que vea vulnerados sus derechos?
Y aquí llego a mi último punto: la decisión de Twitter es peligrosa. De quienes la defienden escucho decir que el acceso es gratuito y que es una empresa privada. Ingenuos quienes ignoran todo lo que le estamos entregando a la red social a cambio de usarla, pagamos por estar ahí y lo hacemos con nuestro activo más preciado: la información. Así que no es gratuita. Twitter sabe todo de nosotros: qué nos gusta, nuestra ideología, por quién votamos, dónde estamos, quiénes son nuestros amigos y familia y además pone y organiza información en nuestros muros casi que a su antojo.
El algoritmo de Twitter nos conoce y maneja más que nosotros mismos. Y aunque sí es una empresa privada, se lucra de nuestros datos personales y saca una buena tajada, es por eso que debe mantener la neutralidad. Si no cambiaremos unas dictaduras por otras y nos gobernará el algoritmo de las redes sociales.