MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
Los primeros grupos humanos organizados eran pequeñas sociedades tribales compuestas por cazadores y recolectores cuya forma de vida era el nomadismo. Obtener alimentos, dormir en lugares seguros y recorrer el mundo con las crías colgando a la espalda, enfrentando los desiertos y las selvas, las enfermedades y los depredadores, no eran tareas sencillas, de manera que los grupos más exitosos fueron aquellos que lograron hacer más eficiente el cumplimiento de estos propósitos, mediante el empleo de cierta división del trabajo y la cooperación en las labores de cuidado, de producción y de organización.
El individuo resultaba débil, por el contrario, la manada, esa pequeña sociedad mutualista, es decir, sustentada en la ayuda mutua, era la clave.
Superados los sesgos de tipo patriarcal y supremacista que plagaban las ciencias sociales, económicas y hasta naturales durante los siglos XIX y XX, hoy sabemos que no hay razones por las cuales algunas de esas mujeres no fueran también cazadoras -y no solo recolectoras, como se había planteado- y tampoco hay razones por las cuales no creer que la mayoría de estos grupos se organizaban en matriarcados.
Sin el triunfo de estas sociedades primitivas, nuestras sociedades no existirían, simplemente porque todas nosotras y todos nosotros somos los descendientes milenarios del éxito de supervivencia alcanzado por estas. Éxito que hubiese sido esquivo, como les fue a muchos grupos condenados a la desaparición, si no hubieran podido organizar sus sociedades basándose en la solidaridad, el cuidado y la relevancia imprescindible de las mujeres.
No tiene sentido pensar que los problemas de nuestro tiempo han de ser atendidos con las soluciones de tiempos primitivos, pero tampoco tiene sentido desconocer la esencia de los hechos claves que llevaron a que esas sociedades no desaparecieran.
Hoy, en comparación con en aquel antes remoto, aunque distintos, los desafíos son más y quizá mayores. Una economía y una sociedad global cuyos mercados empiezan a depredar la vida a mayor velocidad de la que crean riqueza; riqueza que, en todo caso, cada vez se distribuye de manera más desigual.
La economía solidaria en Colombia, así como sus conceptos asociados: la economía popular, por ejemplo, integra la respuesta a esos desafíos, sin embargo, ha sido un sector equívocamente relegado. Una Superintendencia de la Economía Solidaria a la altura de los retos del hoy, es una que privilegia la necesidad irrevocable de reconocer al interior de la identidad cooperativa y solidaria a las mujeres, para conectar los principios solidarios y de ayuda mutua con las apuestas de la economía feminista y popular.
Una Supersolidaria que entienda los fundamentos de la solidaridad como modelo social y económico exitoso, para proponerlos como solución a los problemas de nuestros tiempos. Y -dialogando con A. Smith-, en consecuencia, lograr progresivamente una sociedad en la que sea posible hacerle ver a la carnicera, al tendero y a la panadera que ya no basta con que se preocupen sólo por su interés particular, que su cooperación y su solidaridad son un fin común, y no sólo un medio individual.
Ese es el reto.