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En medio de un ambiente nacional marcado por tensiones políticas y de incertidumbre económica, y de una sensación de estancamiento en las decisiones centrales, resulta reconfortante mirar hacia las regiones colombianas y encontrar allí un motor que no se detiene.
Colombia avanza, a veces a pesar del viento y la marea en contra, porque alcaldes y gobernadores están demostrando que la buena gestión sí es posible, que los recursos pueden administrarse con rigor y que la inversión en infraestructura, bienestar y servicios públicos sigue siendo el camino para mejorar la calidad de vida.
En los departamentos, las capitales, e incluso en las ciudades más pequeñas, se discuten reformas, se demuestra que las soluciones se construyen trabajando, ejecutando, en consenso, planeando y resolviendo.
Basta con revisar el Índice de Desempeño Institucional (IDI) para verlo con claridad. Bogotá lidera con una administración que ha logrado avances en digitalización, atención al ciudadano y ejecución presupuestal. Cartagena, segunda en la clasificación nacional, muestra cómo la planeación, la contratación ordenada y la racionalización de trámites pueden transformar una entidad pública.
Los proyectos se están moviendo, las obras no se detienen, los programas sociales se ejecutan aun cuando el apoyo del Gobierno Nacional no llega a las regiones y en su lugar se reciban ataques.
Medellín y Cali, con retos enormes, sostienen una capacidad administrativa que les permite avanzar en movilidad, infraestructura comunitaria y programas de inclusión que impactan a miles de ciudadanos.
Barranquilla, con su reconocida solidez fiscal, continúa siendo ejemplo de sostenibilidad financiera y ejecución. Bucaramanga refuerza su liderazgo regional con una gestión que combina planeación y orden urbano. Santa Marta, pese a altibajos políticos, está impulsando inversiones en acueducto, espacio público y turismo que hacía años eran necesarias.
Esta constancia demuestra que la descentralización funciona cuando se respeta la técnica y se asume la responsabilidad de gobernar con propósito, sin vanidades ni egoísmos. Son las regiones las que hoy sostienen el ritmo del desarrollo, las que ejecutan los recursos del Sistema General de Regalías, las que avanzan en energías renovables, en ciencia y tecnología y en infraestructura educativa.
Lo más valioso de este impulso regional es que rompe la narrativa pesimista. Colombia no es únicamente crisis y división, es también capacidad institucional, liderazgo en territorio y administraciones que entienden que gobernar no es reaccionar, sino planear y ejecutar y servirles a sus ciudadanos. Las ciudades no se detienen por la política nacional, van adelante porque sus habitantes necesitan agua, vías, transporte, seguridad, empleo y soluciones concretas.
Mientras el debate nacional se enreda, las regiones avanzan, mientras la política central se polariza, los territorios gestionan, mientras se prolonga la incertidumbre, los alcaldes y gobernadores construyen decisiones que mejoran vidas.
Reconocer este esfuerzo es de simple justicia porque gracias a esas gestiones -a menudo silenciosas, lejos del protagonismo y cerca de la ciudadanía- el país sigue en movimiento. Colombia no se detiene mientras las regiones sigan gobernando con responsabilidad, técnica y compromiso. Son ellas quienes hoy sostienen el rumbo.
Ojalá este diciembre, entre abrazos, brindis y nostalgias, entendamos algo grande: ningún indicador económico es tan poderoso como la confianza
El país ha empeorado en muchos sentidos desde 1991, cuando se cambió la Constitución. Impera la violencia, el legislador es mediocre y la justicia es ineficaz