MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
El bochornoso desencuentro protagonizado entre los presidentes Trump y Zelenski ha suscitado, con razón, todo tipo de reacciones a nivel mundial. Y no es para menos: el insólito episodio, que ocurrió en vivo y en directo desde el icónico Salón Oval de la Casa Blanca, sorprendió al mundo entero al tomar el giro inesperado ampliamente comentado en medios locales y extranjeros.
Al margen de la opinión que unos y otros puedan tener sobre lo ocurrido y sus posibles consecuencias, lo que vimos deja varias lecciones que podrían servir de guía al gobierno de Colombia para conducir de manera práctica, certera y eficaz sus relaciones con Estados Unidos.
En primer lugar, y contrario a lo que muchos piensan, el presidente Trump sí tiene una agenda de gobierno clara: su línea de conducta y sus decisiones están dirigidas, como él lo ha dicho hasta el cansancio, y como lo advirtió desde su campaña presidencial, a proteger prioritariamente -o podríamos decir, exclusivamente- los intereses estadounidenses.
Lo mencionado hace prever que cualquier apoyo económico o militar de EE.UU. estará condicionado a su uso y resultados. Es decir, muy seguramente habrá una revisión crítica en la asignación de recursos y un seguimiento riguroso para que respondan al interés de los Estados Unidos.
Eso aplica para el caso colombiano en asuntos clave como el narcotráfico y el control de la migración ilegal, pero no limitados a estos. Podrían ser ampliados a otros temas, como el desarrollo de infraestructura o la inversión en agricultura tropical si se presentan de manera adecuada. La cooperación estadounidense se prestará tras evaluarse los beneficios para ambas naciones.
En segundo lugar, el enfoque del gobierno del presidente Trump es eminentemente pragmático e impositivo. Eso también lo sabíamos, porque es una característica propia de la personalidad del mandatario. Pensando en la agenda con Colombia, parecería aconsejable que el gobierno tenga también una aproximación pragmática. Lo que se salga de ese marco, y esté basado en criterios de “dignidad” o de “justicia”, tiene pocas probabilidades de prosperar.
Lo tercero, y tal vez más importante, es que el pragmatismo de Trump abre la posibilidad de que gobiernos que estén en orillas ideológicas diferentes busquen resolver problemas concretos sin renunciar a sus particulares convicciones. Lo fundamental son los resultados.
Eso fue exactamente lo que se vio en el desencuentro entre Trump y Zelenski: independientemente de lo que cada uno pueda pensar sobre ello, se trataba de acordar los términos de una operación minera que debería llevar a una presencia e inversión norteamericana muy relevante en Ucrania, con el natural resultado de la protección que tanto necesita Zelenski. A cambio de lo cual naturalmente los Estados Unidos tendrían acceso a recursos minerales muy valiosos. Pero no se trataba, como lo dijo el presidente Trump, de juzgar a Putin, ni a Rusia, ni tomar partido por una u otra Nación. Y eso fue lo que, en mi opinión, Zelenski no entendió.
Si el gobierno del presidente Gustavo Petro toma nota de lo ocurrido, y entiende el talante del nuevo gobierno de los Estados Unidos, bien podría buscar puntos de encuentro en la agenda binacional para avanzar en planes y programas importantes para el país, sabiendo que podría hacerlo sin renunciar a sus propias convicciones y posturas ideológicas.