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No es una novedad, pero desde el 7 de octubre, cuando la organización terrorista Hamás atacó el sur de Israel, masacrando a 1.200 personas -hombres, mujeres, niños, bebés y ancianos- y secuestrando a más de 250, los términos “judío”, “sionista” e “Israel” han sido objeto de tergiversaciones y distorsiones que provienen tanto de la ignorancia como de intenciones maliciosas, alimentadas por un antisemitismo desbordado.
El judaísmo es un pueblo milenario que se remonta a más de 3.500 años, cuando Moisés liberó a los hebreos de la esclavitud en Egipto, les otorgó los Diez Mandamientos y la Torá (Pentateuco), y los condujo a la Tierra Prometida, la tierra de Israel. A lo largo de los siglos, este pueblo ha desarrollado una religión, una cultura, una historia, un idioma y un apego a su tierra. Aunque enfrentaron numerosos desafíos y exilios, incluyendo una expulsión a Babilonia y un segundo exilio tras la destrucción del Templo en Jerusalén por los romanos en el año 70 d.C., la conexión de los judíos con su tierra ancestral nunca se ha extinguido.
El sionismo, fundado en 1897, surgió como un movimiento nacional destinado a hacer realidad el derecho del pueblo judío a la autodeterminación en su tierra ancestral. No es diferente en esencia de las luchas de otros pueblos aborígenes desplazados, como las comunidades indígenas en América Latina, Canadá y Australia. El derecho de los judíos a su tierra fue reconocido formalmente en el derecho internacional por la Liga de las Naciones a través del Mandato Británico sobre Palestina, que hasta la Primera Guerra Mundial era una provincia del Imperio Otomano.
A pesar del exilio, los judíos mantuvieron una presencia continua en la región, mientras que nunca hubo un gobierno o Estado palestino en esa tierra. El sionismo es un ejemplo de un movimiento social y político diligente, perseverante y exitoso. 50 años después de su fundación, en 1948, logró lo que era un sueño: el restablecimiento del Estado judío independiente, el Estado de Israel, reconocido por la comunidad internacional.
Consciente de que, durante los años de exilio, otros pueblos y tribus se habían establecido en esas tierras, especialmente los árabes musulmanes en el siglo VII provenientes de lo que hoy es Arabia Saudita, el movimiento sionista siempre estuvo dispuesto a compromisos territoriales para lograr una convivencia pacífica. Es importante recordar que la parte oriental de la Palestina británica, al este del río Jordán, fue entregada por los británicos a la dinastía Hachemita, fundadora del Reino de Jordania.
Así, el movimiento sionista, encabezado por David Ben Gurión, quien sería el primer ministro de Israel, aceptó y celebró la resolución de partición de la ONU de 1947, que establecía la creación de dos Estados en el territorio comprendido entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Tras dos mil años de exilio, el pueblo judío recuperaba su independencia en su tierra ancestral. Sin embargo, la respuesta árabe fue declarar la guerra al nuevo Estado el mismo día de su nacimiento.
De manera similar, en el marco de los acuerdos de Oslo, Israel aceptó los compromisos propuestos por los presidentes Bill Clinton y George Bush para la creación de un Estado palestino independiente junto a Israel. No obstante, los líderes árabes y palestinos han rechazado consistentemente todas las ofertas de paz basadas en compromisos territoriales. Su objetivo declarado ha sido la creación de una Palestina “desde el río hasta el mar”, lo que implica la eliminación de Israel. Esta negativa, acompañada de terrorismo y violencia, es la causa principal de que el conflicto palestino-israelí aún no haya alcanzado una paz definitiva.
Como reza la ley de Murphy, una situación, por mala que sea, tiende a empeorar. En este contexto, las recurrentes declaraciones del régimen iraní sobre su objetivo de destruir al “ente sionista” y erradicar ese “cáncer” de la región y las acciones bélicas de sus proxis, principalmente Hamás y Hezbollah contra Israel, no ayudan para nada a la causa palestina, la marginan aún más y alejan la posibilidad de una negociación entre las partes.
Mucho menos contribuye a la paz demonizar al sionismo, negar la historia judía y rechazar la existencia del Estado de Israel.