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La semana pasada el presidente Obama nominó a Janet Yellen para dirigir a partir del año entrante la política monetaria de Estados Unidos. Reemplazará a Ben Bernanke quien dirigió la institución durante la turbulencia más grande que haya sufrido la economía mundial en casi un siglo. Se calzará entonces Yellen los zapatos académicos de su predecesor. Desde ese punto de vista, el académico, la carrera de Yellen despierta admiración como la Bernanke antes de su nominación.
La controversia con Yellen, para bien y para mal, nace de la interpretación de algunos sobre su postura alrededor de lo que debe hacer un banco central, de su énfasis, su actuar-el del banco-ante los vaivenes de la economía. Para ponerlo en blanco y negro, algunos temen que la señora Yellen resulte una paloma. En la jerga de la Banca Central las palomas son aquellas que tienen menos obsesiones inflacionarias y, a cambio, más preocupaciones sobre la actividad económica y el funcionamiento del mercado laboral. La acepción peyorativa asocia las palomas a desastres inflacionarios.
En cambio los halcones, enemigos de las palomas, centran su atención en mantener en la lona la inflación, en asegurarse de usar el instrumental de la Banca Central para que las metas en ese frente se cumplan impecablemente. Trichet, antigua cabeza del Banco Central Europeo, reclamaba hace un tiempo en una entrevista aplausos por haber dotado de inflación casi idéntica a la meta establecida durante la primera década de existencia del Euro, a sus países miembros. ¡Un verdadero halcón!
En su vida académica Yellen escribió sobre un sinnúmero de temas, pero sin lugar dudas una obsesión constante fue entender mejor el desempleo. Su artículo más famoso-al menos juzgado por el número de citas que ha recibido-lo escribió en 1990 junto con su esposo George Akerlof, premio Nobel de Economía y desde ahora primer caballero de la FED. El título es diciente “La hipótesis del salario esfuerzo justo y el desempleo”. La esencia de la teoría enfatiza que el esfuerzo de los empleados se reduce en la medida en que estos perciban que el salario que reciben no es justo. Si el salario justo excede al salario que garantizaría que todos los trabajadores conseguirán trabajo, la teoría explicaría la presencia de desempleo. Además, Yellen y Akerlof planteaban que los salarios que los trabajadores perciben como justos no cambian al vaivén de las fluctuaciones de la economía. A partir de esa observación concluyen que las acciones de un banco central tendrían efectos sobre la tasa de desempleo. Dichas acciones en lugar de encontrar su válvula de escape vía precios (salarios en este caso) la encontrarían vía cantidades (empleo y desempleo). Así, el Banco Central puede afectar la tasa de desempleo.
Con esas credenciales entrará Yellen a presidir la política monetaria de Estados Unidos. No cabe esperar ningún desastre inflacionario. De hecho Yellen convenció hace un tiempo a la FED de hacer pública su meta inflacionaria de 2%. Pero sí podemos esperar todo el vapor anti-desempleo posible siempre y cuando no haya señales de amenaza sobre la meta de inflación de largo plazo. Con el poco espacio que hay para empujar las economías vía política fiscal, tener al mando de la dimensión monetaria a alguien dispuesto a usarla más allá de simplemente garantizar la inflación baja, merece los aplausos que Trichet reclamaba para sí mismo.
En el camino puede haber daños colaterales. Por nuestro lado, el fortalecimiento del dólar causado por el retiro de los estímulos monetarios en Estados Unidos podría retrasarse. Quizás sea hora entonces de planear las cuentas con el dólar Yellen y dejar la ilusión del dólar Cárdenas. Y por el lado de Estados Unidos, Yellen deberá mantener un ojo sobre los precios de los activos. El ímpetu anti-desempleo con el que inaugurará su cargo puede ser la semilla de burbujas futuras. Encontrar ese balance definirá su lugar en la historia.
Twitter: @mahofste