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Analistas 17/08/2016

La Habana, agosto de 2041

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes
La República Más
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Tras cinco años de arduas negociaciones finalmente el gobierno y las Farc han firmado un acuerdo que pone fin a tres cuartos de siglo de guerra. Ahora, según lo acordado, habrá un referendo para que el pueblo decida si acepta el acuerdo o si lo deniega. Por parte del gobierno colombiano, la firma simbólica estuvo a cargo de Rafael Pardo quién a sus 88 años completa más de medio siglo luchando por lograr un acuerdo para terminar el conflicto colombiano. Del lado de las Farc otro octogenario líder, conocido con el alias de Iván Márquez, plasmó la firma simbólica. Márquez asumió hace pocos meses la jefatura de la guerrilla tras la muerte por causas naturales en las montañas de Colombia de su predecesor, alias Timochenko. 

Hace 25 años, durante el segundo gobierno de Santos, se inició lo que los historiadores han llamado la segunda patria boba. La mitad del país apoyaba los esfuerzos de paz y votó a favor de la misma en un referendo calcado del que haremos en los próximos meses. La otra mitad rechazaba los acuerdos: el principal argumento esgrimido por los amigos del NO a la paz era que los acuerdos no proveían suficiente castigo a los líderes guerrilleros. Tras el triunfo del NO, puestos ante la encrucijada de una paz a cambio de acabar sus vidas tras las rejas o volver a las montañas y reemprender las acciones bélicas, optaron por lo segundo. 

Unos meses después la tasa de homicidios que había llegado a ser de 25 por cada 100.000 habitantes en 2016, volvió a los niveles de 2010 cuando la campaña antiguerrilla del presidente Uribe alcanzaba su apogeo. Los secuestros que habían caído a menos de 200 en 2016 se duplicaron en los años siguientes. Y los planes para mejorar la presencia institucional en las zonas rurales, proveerlas de bienes públicos y garantizar los derechos de propiedad quedaron aplazados indefinidamente. La guerrilla en su nueva fase intentó sin mucho éxito una guerra     urbana. La escasez de activos seguros en los mercados financieros internacionales mantuvo al oro con precios estrambóticos y el financiamiento de la guerrilla viró hacia la minería ilegal, devastando durante otro cuarto de siglo los afluentes colombianos. 

Del centenar de líderes guerrilleros para los cuales los amigos del NO pedían más castigo, la mitad lo recibiría: algunos fueron dados de baja en combate y otros capturados. Claro, en el camino de la lucha antisubversiva, centenares de miembros de la fuerza pública caerían en el cumplimiento de su deber y cada 20 de julio desfilaría una nueva camada de soldados lisiados como testimonio de ese esfuerzo. El tamaño de nuestra fuerza pública continuó doblando los estándares regionales y el Estado colombiano destinó uno de cada cuatro pesos recaudados a las fuerzas armadas.  

La Colombia de 2041 tiene más de 50 millones de habitantes. La mitad de ellos no había nacido o no tenía edad para votar en el referendo que dio inicio a la segunda patria boba. Esa mitad mira con curiosidad las lágrimas que escurren por las mejillas de los octogenarios que se dan un tembloroso apretón de manos en La Habana, cada vez más parecida a un suburbio de Miami, mientras resuena entre aplausos una vieja canción del premio nobel de literatura, Bob Dylan. Justo cuando los octogenarios sueltan sus manos empieza la última estrofa: “how many deaths will it take till he knows/That too many people have died?/ The answer my friend is blowin’ in the wind/ The answer is blowin’ in the wind.” 

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