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Analistas 27/02/2013

¿En la olla o en la olleta?

Marc Hofstetter
Profesor de la Universidad de los Andes
La República Más
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Los cafeteros están en paro. Una protesta cafetera no es asunto de poca monta. No sólo son muchos-más de 500.000 familias están afiliadas a la Federación Nacional de Cafeteros -sino que están en el corazón de nuestra historia económica del siglo XX. El café fue el producto que nos insertó a la economía mundial en el siglo pasado. Durante buena parte de este las exportaciones del grano representaron más de la mitad de nuestras ventas al resto del mundo. De hecho durante cerca de dos décadas-entre los cuarentas y sesentas-esas ventas alcanzaron a representar tres cuartas partes de nuestras exportaciones. 

 
Pero con el café hay más nostalgia que presente. Hay más historia que futuro. De la época en que el gerente de la Federación era el dirigente gremial más poderoso queda poco. Hoy en día contados colombianos saben quién es el zar cafetero. Su relevancia se movió a la par con la de las exportaciones, que ya no sólo no sueñan con los registros del 75% del total de ventas externas sino que ni siquiera alcanzan el 5%. Pero aún así el dilema que enfrentamos como sociedad es de proporciones grandes. Hay dos millones de personas que viven del negocio cafetero en el país. Y no pueden vivir de la nostalgia. Pero tampoco de la caridad.
 
El problema de fondo es el precio del café. En efecto, desde marzo de 2011 hasta la fecha la carga de café a precios de ahora ha caído a menos de la mitad, desde más de $1.100.000 hasta $527.000. Mirando esas cifras uno podría inclinarse a tratar de ayudar a sobreaguar los malos tiempos a los afectados (no sin antes fruncir el ceño preguntándose por qué no ahorraron en los buenos tiempos). Pero el impulso para ayudar al sector sólo tiene sentido si creemos que el mal precio es coyuntural, que se trata de un golpe de mala suerte y que si ahora se les echa una mano, a la vuelta de la esquina cuando los precios se recuperen, nos la devolverán. Si sólo estuvieran en la olleta, ceder a la tentación de ayudarlos resultaría más simple.
 
El lío es que el asunto no parece coyuntural. El presidente Uribe, que ahora posa de defensor de la causa de los parados, no puede sacar pecho. En efecto, el precio promedio al que se pagó la carga durante todo su gobierno (a precios de hoy) es de sólo $589.000. Los cafeteros piden que los colombianos les paguemos la carga al menos a $800.000. Ese es un precio 40% por encima del que reciben hoy en día y está totalmente alejado de lo que parece el precio de mercado de largo plazo del café. 
 
El gobierno dice que entre préstamos y subsidios les ha dado cinco billones de pesos a los cafeteros en dos años. Eso alcanzaría para financiar el metro de Bogotá y una troncal de Transmilenio. Con el ceño fruncido la sociedad podría aceptar dejar de hacer obras que beneficien a siete millones para paliar las vacas flacas de dos millones. Pero ante la terca realidad de que los precios presentes no parecen particularmente desviados de su senda en la última década, esos cincos billones lucen como una mala inversión social. 
 
Quizás sea hora de sincerarse con los cafeteros. Si para que el negocio funcione necesitan $800.000 por carga-15% más que el promedio de los últimos 30 años, 30% por encima de los precios promedio desde 2000-es mejor apagar la olla e irnos.  Pero no meterle más plata. Los impuestos que con tanto esfuerzo recogemos merecen destinos más promisorios.
 
Twitter: @mahofste

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