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Analistas 18/04/2016

Ojo con el dinero fácil

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes
Analista LR
La República Más
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En 1982, Pablo Escobar Gaviria resultó elegido Representante a la Cámara como suplente de Jairo Ortega Ramírez por Alternativa Liberal, un movimiento afín ideológicamente con el Nuevo Liberalismo. Para esta fecha la producción de cocaína en Colombia se estimaba en 60 toneladas año y el negocio había logrado extender sus tentáculos desde las alejadas tierras cultivadas de coca, los clandestinos laboratorios de procesamiento y las encubiertas rutas de exportación a las cosmopolitas esferas del poder. Con ingresos de US$3.000 millones, los capos del narcotráfico comenzaron a penetrar los más cerrados círculos sociales y adquirir activos productivos y grandes extensiones de tierra.

Por muchos años los ingresos del narcotráfico ayudaron a la economía colombiana manteniendo la devaluación del peso bajo control y limitando el déficit informal de la cuenta corriente nacional. Sin embargo, al mismo tiempo, los productores nacionales que generaban empleo formal, los cultivadores de café y los demás empresarios comprometidos con actividades legales pagaron los platos rotos debido a la enfermedad holandesa que generó el narcotráfico. Los dineros calientes que ingresaron al país fortalecieron las finanzas nacionales y revaluaron el peso, quitándole competitividad a los productos colombianos. Ni siquiera las medidas de cerrar las importaciones tomadas por la administración Betancur de 1982 a 1986 lograron proteger a la industria nacional que en el mandato del presidente Gaviria fue expuesta en condiciones difíciles a la apertura comercial.

Desde finales de los 80, luego de que el estado colombiano apresara o eliminara a gran parte de los capos del narcotráfico, las exportaciones de alucinógenos han pasado a manos de grupos armados ilegales como la guerrilla y los paramilitares. Bajo su mando el negocio se ha sofisticado y, a pesar del Plan Colombia y la acción de las autoridades, hoy los ingresos del país por estos conceptos se mantienen más o menos en términos reales. 

El crecimiento de la economía nacional en los últimos 15 años ha diluido la participación del narcotráfico, mientras el boom del petróleo y los bienes básicos reemplazó al tráfico de drogas en el puesto de arruinadores del desarrollo, con un impacto similar en la economía generadora de empleo. Hoy que los precios de los bienes básicos han caído y que el narcotráfico ha estado bajo control pareciera que el desarrollo del sector productivo por fin tuviera el campo despejado para florecer.

Sin embargo, como en la novela de Cien Años de Soledad, el sector productivo colombiano sigue expuesto a circunstancias externas que parecen no tener fin. Con un crecimiento del área cultivada de coca al doble y la utilización de nuevas variedades de matas, que pasan de dar una cosecha al año a cuatro, el incremento de la producción y su contaminación de la economía parecen inevitables. Lo grave es que, a semejanza del principio de los 80, la autopista para que los fondos de estas actividades ilegales sean utilizados para lograr objetivos políticos o vuelvan a traer la cultura del dinero fácil parece abrirse campo. 

Muchos analistas consideran que la revaluación reciente del peso puede tener algo que ver con este fenómeno. Para mitigar, así sea en bajas proporciones, el efecto en la economía del ingreso de los dineros calientes del narcotráfico, el gobierno de Juan Manuel Santos tiene que tomar en serio y con firmeza el control de los sectores que permiten camuflar grandes transacciones de efectivo.
 

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