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Analistas 06/08/2019

Los funcionarios

Marc Eichmann
Profesor MBA Universidad de los Andes
Analista LR

En Francia, muchos jóvenes contestan, ante la pregunta de qué quieren ser cuando grandes, que se ven en el futuro ejerciendo un cargo de funcionarios del Estado. Esta respuesta, que puede considerarse desde ciertos puntos de vista patriótica, refleja como en ciertas posiciones del sector público, a pesar de que los sueldos no son mayores, es posible garantizarse un futuro predecible sin pasar demasiadas afugias.

No me refiero en esta columna a los funcionarios que con vocación pública se entregan a sus labores y buscan, dentro de su entorno, dar lo mejor de sí para cumplir con sus funciones. Hago alusión a aquellos que, dados los limitados incentivos de destacarse en su labor, deciden sacarle provecho a su cargo haciendo el menor esfuerzo posible.

La falta de incentivos en muchos cargos del sector público, y algunos del sector privado, es entendible. Para ciertas posiciones, dada la falta de una supervisión que defina quién hace la mejor labor para copar las necesidades del público que se atiende, es casi imposible fijar metas, medir desempeño o calificar actitudes de manera imparcial. La injerencia de la política en la selección del personal público dificulta aún más el seguimiento a los empleados, especialmente en países como Colombia.

Los funcionarios se reconocen muchas veces por su capacidad de apegarse a normas que ellos mismos definen y que los protegen de trabajar demasiado. Es común ver normas, como las que se aplican en las universidades públicas italianas y francesas, que exigen cita previa y en horarios definidos para atender estudiantes, son el fin de que los funcionarios aíslen la posibilidad de tener que esforzarse demasiado. Ante la imposibilidad de ganar más dinero en cargos de mayor responsabilidad, el funcionario siempre elige trabajar lo menos posible por la misma cantidad de dinero.

Los funcionarios por lo general son protegidos por poderosos sindicatos que se alinean con la pereza de sus afiliados. Su función es conseguir mejores condiciones para sus protegidos, no en cuanto a su remuneración sino en cuanto a limitar el estrés que les ocasiona trabajar. En las negociaciones colectivas muchas veces priorizan limitar la carga de trabajo sobre una mejor compensación. Alternativamente impiden que los directivos midan su eficiencia en su desempeño, o impiden la implementación de tecnología que permita acelerar los procesos.

El funcionario deambula por la vida sin la presión de sus pares. Dirán los médicos que viven menos intensamente, pero con mayor longevidad, que pasarán anónimos, pero felices por la tierra. Hoy, con el constante cambio tecnológico y en un mundo que parece girar mucho más rápido, se constituyen en un oasis del pasado, con su andar pausado y su apego al sosiego. Viven a su ritmo, e independientemente de las necesidades del mundo que los requiere por las responsabilidades que tienen desde sus cargos, no piensan cambiar.

Desafortunadamente, para aquellos que viven adaptándose al cambio para mantenerse en la vanguardia de la sociedad, la actitud de los funcionarios es insostenible. O cortan o prestan el hacha, dirán. Mientras el mundo siga girando a tan alta velocidad, con aquellos que los hacen avanzar como líderes sociales, los funcionarios seguirán escudándose en su pasividad, a costa de la competitividad de aquellos que buscan el progreso personal como objetivo de vida.

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