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Donde no encuentres amor aléjate rápido. Si te cae una tragedia, apúrese a salir de ella. Un líder no puede dejarse destruir si le llega un desastre. Un gobernante se destruye si se queda viviendo en la crisis. El gobernante es un estadista y no se puede convertir solo en un administrador de tragedias ni en un gerente de calamidades.
En la pandemia reciente la mayoría de los gobernantes decidieron quedarse como enfermeros o médicos; se quedaron viviendo, hablando, administrando, acariciando y gobernando la tragedia. La manera como se enfrentó la crisis de la pandemia hizo retroceder en lo social 25 años a América Latina. En la pandemia los gobernantes parecen más enfermeros o médicos que estadistas.
Los gobernantes de hoy inconscientemente se han graduado de gerentes de tragedias; han perdido el vigor y la esencia de ser estadistas. Están dejando sin futuro a sus gobernados.
El gobernante no se puede quedar dando vueltas en el mismo remolino sin avanzar. Los que quedan vivos, los que se alivian quieren hacer una nueva vida, aspiran a un gobierno que les ofrezca futuro. El mundo no se puede parar. El gobernante no se puede quedar llorando los muertos porque solamente apoya a la fábrica de pañuelos.
El dirigente que se asusta ante la crisis, que se queda viviendo en ella, lo arrasa la tragedia. Lo malo no es caer al agua, lo grave es quedarse sumergido en ella. El dirigente tiene la obligación de ilusionar a sus gobernados y demostrarles que SÍ hay futuro. La sociedad actual parece que solo tiene presente; le están robando el futuro.
El pasado no se puede cambiar. Al presente hay que dedicarle alguna atención sin olvidar que nuestro presente será siempre el futuro que construyamos.