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Analistas 30/03/2022

Un buen fiscal

Vamos a nadar en contra de la corriente proponiendo una hipótesis que, dado el polarizado ambiente político del país, será controversial: que el fiscal general, Francisco Barbosa, ha sido hasta ahora un buen fiscal.
Un momento. Paren. Desde aquí alcanzo a oír las protestas indignadas. Cómo se me ocurre plantear ese despropósito: ¿qué decir de los asesinatos impunes de los líderes sociales y de la corrupción descarriada?

Los críticos dirán que el narcotráfico está desbordado, que las ciudades están sitiadas y que la violencia nuevamente se pasea por el campo. Los procesos parecen eternos, las denuncias casi no se tramitan, muchas veces se acusan a los inocentes y se absuelva a los culpables y, en general la impunidad, dirán, es espectacular.
Tienen algo de razón. La Fiscalía sigue siendo ese paquidérmico troll, que a pesar de sus buenas intenciones malogra sus objetivos por su inefable torpeza e insensibilidad. Y así ha sido desde su creación en 1991: una de las grandes promesas a medio cumplir de la nueva arquitectura institucional.

No obstante, insisto, el doctor Barbosa ha sido hasta ahora un buen fiscal, de hecho, ha sido de los mejores fiscales que hemos tenido.

El problema es que en el pasado hemos tenido fiscales (varios) que actuaban como candidatos presidenciales, en campaña desde los estrados, ejerciendo el más peligroso de los populismos, el populismo punitivo. En vez de propuestas electorales estos putativos aspirantes dictaban autos de detención, anunciaban capturas en ruedas de prensa, proferían amenazas veladas a los contradictores y definían sus posiciones judiciales con un fino oído a los aplausos de la galería.

Otros han sido pasmosamente mediocres, ignorando las evidencias del contubernio entre el Estado y los grupos criminales. Algunos tuvieron que contratar brujo propio para ubicarse, y qué decir de los que anunciaban transformaciones organizacionales que mutaban en elefantiásicos monumentos burocráticos, atiborrados de contratistas, asesores, consultores y hasta embajadores.

Los críticos del doctor Barbosa insistirán en que su paso por la Fiscalía ha sido incoloro y yo diría que esa, precisamente, es su gran virtud.

En otras latitudes la verdadera justicia funciona así: sin fanfarria. Los fiscales no son candidatos presidenciales, ni contratan brujos, ni algoritmos mágicos para detectar el crimen, ni cosas por estilo. Lo que hacen es acusar cuando tienen que acusar y no cuando la opinión pública demanda un sacrificio humano para que el sol salga al día siguiente, como si fueran sacerdotes aztecas.

Dicho lo anterior el fiscal Barbosa tiene todavía un importante reto por delante. Las encuestas demuestran que para una parte importante de la opinión pública la Fiscalía no pasa por un buen momento. Hay que demostrarles a los críticos que se pueden lograr resultados verdaderos, mucho más verdaderos que los espejismos que durante décadas nos intentaron vender algunos de sus antecesores.

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