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Analistas 29/11/2023

La parábola del alacrán

La foto en Cartagena con los llamados cacaos y el discurso moderado en el congreso de infraestructura han dado para que algunos comentaristas anuncien el cambio de tercio en las relaciones entre el empresariado y el presidente.

Es lo que se esperaría después de los resultados desastrosos en las elecciones regionales, el bloqueo de la agenda gubernamental en el congreso, el desempeño abismal de la economía y el creciente desbarajuste en el orden público.

Pero eso es pensar con el deseo. Como lo anotó recientemente Mauricio Reina, cuando el presidente se pone saco y corbata (o guayabera, en este caso) y lee discurso preparado (probablemente por alguien más) su corazón no suele estar alineado con lo que dice. En cambio cuando se disfraza con atuendos étnicos y lanza peroratas anticapitalistas en algún municipio perdido del país se le ve rozagante y feliz. Lo suyo es la diatriba opositora, el discurso veintejuliero posmoderno y, sobre todo, la contradicción.

Teniendo que escoger entre la moderación de su gobierno y la radicalización escogerá la segunda. Ya quedó claro en el tintico con Uribe que no hay mucho más en esas reuniones del “acuerdo nacional” que fotos y sonrisas incomodas. Cuando el expresidente le intentó explicar a Petro los inconvenientes constitucionales del proyecto de reforma a la salud este le respondió que de caerse en la Corte presentaría otro igual “las veces que fuera necesario”.

(A lo cual alguien debería decirle al presidente que la Corte también le tumbaría las veces que fuera necesario su inconstitucional reforma, aunque ese no es el punto).

El punto es la obtusa terquedad del mandatario, que prefiere persistir en sus caprichos, por inconvenientes y destructivos que sean, que ceder en lo más mínimo. Sentirá, supone uno, que cualquier desviación de la más pura ortodoxia progre implica una traición al mandato popular. En esta cosmovisión -que por equivocada no deja de ser real para quien la comparte- más vale intentarlo hasta el fracaso que triunfar, como el mismo ha dicho, “chichipateándose”.

Esto a lo que nos aboca es una situación donde el presidente prefiere inmolarse políticamente que concertar mínimamente sus reformas. La explicación de esta conducta aparentemente irracional es que no lo es. Preservar la pureza ideológica de su proyecto ante el fracaso inducido por sus contradictores permite la supervivencia de la narrativa del martirio. “Yo lo intenté pero la oligarquía neoliberal atada a sus privilegios no me lo permitió”, será, más o menos, la excusa. Que es la misma, entre otras, que ha esbozado la izquierda criolla desde hace cincuenta años para justificar la violencia armada en contra de las instituciones.

Bien harían los entusiastas con estos amagos del llamado “acuerdo nacional” en recordar la parábola del alacrán, que ahogándose mientras cruzaba un río es rescatado por una rana a quien acaba picando en el lomo. Esta le reclama la agresión y el alacrán le responde que no tiene por qué sorprenderse. Esa es mi naturaleza, le explicó, mientras ambos se sumergían asfixiados en la mitad de la corriente.

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