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Analistas 09/12/2021

La eterna tragedia del fútbol

Todo parecía bien cuadrado. El partido entre Llaneros y Unión Magdalena en los cuadrangulares del Torneo de Colombia acabaría con el triunfo de este último. Esto le permitiría ascender a la Primera División a expensas del equipo Fortaleza que se quedaría estancado en la B. La idea, por supuesto, no era ganar el partido como se ganan los partidos de fútbol: jugando y metiendo goles. La idea era ganar como ganan los rufianes, a cualquier costo y por cualquier medio, preferiblemente de manera ilegal.

Sin embargo, algo empezó a salir mal cuando Llaneros metió un gol. Meter goles no estaba dentro de los planes. Llaneros debía perder, pero la cosa empezó a agravarse cuando el triunfo inesperado persistió hasta que se agotaron los noventa minutos del tiempo reglamentario.

Este pequeño detalle no pareció disuadir a los timadores, la idea era ganar y se ganaría. Por arte de magia el partido fue prologando y a los 90+5 minutos vino el empate de los samarios, milagro que aún no era suficiente porque faltaba otra anotación para cumplir el cometido. El partido siguió y tenía cara de seguir hasta la medianoche o hasta que se obtuviera el triunfo y en esto los Llaneros fueron generosos. En el minuto 90+6 se quedaron quietos como estatuas de sal y un atacante del equipo coronó el gol de la victoria.

Fue, según el prestigioso diario Marca de España, el “amaño del siglo”. Las autoridades futbolísticas locales pusieron el grito en el cielo y los hinchas indignados despidieron a los jugadores con insultos y botellazos. Pero a los directivos de los equipos involucrados les importó un carajo: “los jugadores entraron en un lapsus mental”, fue como el presidente de Llaneros explicó el suceso y lo hizo sin reírse, lo cual resulta francamente admirable.

Este es otro episodio más de la tragedia del fútbol colombiano, que empezó a principios de los ochenta con el dominio de los carteles de la droga y que, a pesar del esfuerzo de algunos notables dirigentes deportivos, no ha podido resolverse del todo. La Ley 1445 permitió la conversión de los equipos a sociedades anónimas e introdujo reglas mínimas de gobierno corporativo y de transparencia que incentivaron la participación de empresas y de fondos de inversión en el negocio futbolero. No obstante, algunos clubes resistieron la conversión y prefirieron permanecer con estructuras corporativas opacas que escondían a sus verdaderos dueños. Otros realizaron la conversión, pero persistieron en sus viejas mañas.

Existe todavía un cierto número de clubes -que afortunadamente son la minoría y ya no son los de mayores hinchadas- que se han convertido en máquinas perfectas para delinquir. Lavan dinero, evaden impuestos, defraudan acreedores, atropellan a empleados y defraudan a los hinchas, todo en la más absoluta impunidad. Si queremos que episodios como el anterior no se repitan, el Estado debe utilizar las herramientas a su disposición (que son numerosas, poderosas y variadas) para remover y castigar a aquellos que abusan y para premiar a los que, con esfuerzo y dedicación, intentan hacer las cosas bien.

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