.
Analistas 23/02/2022

Elogio al santanderismo

Desde el momento en que el último virrey español salió huyendo a Jamaica, la recién parida república de Colombia fue una república de abogados y, por lo tanto, una república de leyes. Morillo no había logrado matarlos a todos, aunque lo había intentado, como se lo dijo a Bolívar. Y el venezolano tuvo que padecerlos, especialmente a Santander, quien le imprimió el ADN del país. El legalismo santanderista es la vez la goma que mantiene compacta a la nación y el detrito que la atrofia.

Colombia ha tenido muy pocos dictadores en su historia, casi ninguno en comparación con otros países vecinos. Urdaneta, por necesidad; Melo, brevemente; Mosquera, en algunas oportunidades; Reyes, por un instante; Rojas, porque se lo pidieron. Todo eso en aproximadamente 200 años de independencia, lo cual debe ser una de las mejores trayectorias en cualquier parte del mundo.

La pregunta necesaria en si el apego fetichista por la ley que ha exhibido Colombia desde su fundación puede resistir las tendencias autocráticas de un caudillo potencial. Los Estados Unidos estuvieron a punto de sucumbir a un autogolpe el 6 de enero de 2021 promovido por su propio presidente, cuando este sin ningún elemento de prueba decidió que le habían robado las elecciones. Si no es porque el vicepresidente decide certificar los resultados del colegio electoral, Trump hubiera, a lo menos, sumido al país en una inédita crisis constitucional.

¿Podría pasar algo parecido en Colombia? ¿Podría un presidente subvertir el proceso democrático y permanecer en el poder torciéndole el pescuezo a la constitución y a la ley? El Manual de Autócrata Contemporáneo, escrito por Hugo Chávez con prólogo de Fidel Castro y anotaciones de Daniel Ortega trae un detallado listado de instrucciones para lograr el cometido.

Gustavo Petro, el pupilo más prometedor de esta escuela, sin duda lo intentaría. El primer paso ya lo ha dado: negar la existencia de la democracia colombiana. De llegar al poder (mediante los mecanismos de lo que considera es una “democracia moribunda”, a la Chávez), podría alegar que lo suyo ha sido un acto de irradiante voluntad popular y que por lo tanto tiene un mandato para refundar la patria sin estar atado a las limitaciones constitucionales. El nuevo Congreso, con una probable mayoría de izquierda, le haría la segunda y la crisis económica que su presidencia desataría (devaluación, inflación, controles de precios, controles de cambios, nacionalizaciones, etc.) sería una oportunidad para afianzar las riendas del poder.

Lo único que lo podría contener serían las Cortes, las mismas que evitaron un tercer mandato de Uribe, las mismas que protegieron la paz ante el triunfo de las mentiras y las mismas que han logrado consolidar los derechos reproductivos de las ciudadanas. Ese espíritu santanderista que todos los colombianos secretamente idolatramos -el mismo que paró a Bolívar y que ha edificado un altar a la fotocopia de la cédula al 150%- es lo único que nos aleja de convertirnos en una nueva Venezuela.

Conozca los beneficios exclusivos para
nuestros suscriptores

ACCEDA YA SUSCRÍBASE YA