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Por mucho que se cuestione a Daniel Quintero hay que reconocerle que de vez en cuando tiene ocurrencias chisposas.
Nada más acertado que el “Soviet del Parkway” para caracterizar la pequeña burguesía izquierdosa que ahora celebra la precandidatura de Iván Cepeda, eso sí, tomando cappuccino mientras renuevan sus contratos de prestación de servicios en alguna de las entidades del gobierno nacional con nómina abierta.
Tendrán ahora la posibilidad de elegir a un verdadero comisario político. Hasta se parece a Trotski: barba rala, gafas redondas con marco de metal, camisa sin cuello. O a Strelnikov, el tenebroso oficial del Ejército Rojo en “Doctor Zhivago” quien profiere una de las frases más escalofriantes de la película: la “vida privada ha muerto en Rusia”.
Cepeda conoce bien la situación: literalmente se crió en la Cortina de Hierro. En 1965, cuando tenía tres años de edad, vivió en Checoslovaquia, y en 1968 cuando las tropas del Pacto de Varsovia invadieron, la familia migró a Cuba de donde regresaron a Colombia en 1970 a continuar con la revolución. A los 13 años se vinculó a la Juventud Comunista Colombiana y a los 19 viajó a Bulgaria, donde estudió filosofía en la Universidad de Sofía.
Su padre, Manuel Cepeda Vargas, fue uno de los arquitectos de la estrategia de combinación de formas de lucha que implementó el PCC desde los años 60 hasta que las Farc se desmovilizaron en 2017. Esto no es un secreto. La estrategia fue explícitamente adoptada por el Comité Central -del cual Cepeda Vargas era miembro- y consistía en adelantar actividades políticas lícitas mientras se coadyuvaban las acciones insurgentes de las guerrillas.
Esta mezcolanza de roles fue lo que seguramente desembocó en su asesinato en 1994, lo cual no deja de ser una tragedia. En los años posteriores su hijo se convirtió en defensor de las víctimas de crímenes de Estado y después se asoció con Álvaro Leyva en la promoción de numerosos procesos de paz. ¿Con qué fin? ¿Con el propósito altruista de lograr la desmovilización de los alzados en armas? ¿Con el fin de resarcir a las víctimas? ¿Con la idea de lograr la paz anhelada?
Probablemente no. El pequeño pionero rojo que ahora es Senador de la República difícilmente habrá claudicado de sus sueños revolucionarios.
El marxismo es una religión y nada indica que Iván Cepeda haya apostatado de ella. La paz -y las elecciones- son solo un paso hacia el paraíso socialista. Una combinación más de las combinaciones posibles que puede tomar la lucha revolucionaria para lograr el poder y nunca soltarlo.
Desde el PCC no habrán trajinado durante décadas para que uno de los suyos ahora se convierta en un presidente burgués, atado a las formalidades parlamentarias y las restricciones incomodas de las cortes. Para la ingenua gauche caviar del Parkway, Cepeda será un presidente ideal. En cambio, quienes creemos que detrás del personaje hay un Lenin en potencia tenemos suficientes razones para evitar, por todos los medios democráticos posibles, ese desenlace.
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