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Analistas 19/03/2019

La imagen de López Obrador

Luis Fernando Vargas-Alzate
Profesor titular de la Universidad Eafit
LUIS-FERNANDO-VARGAS

Han pasado ya poco más de tres meses desde que el presidente López Obrador (Amlo, como es conocido), juramentó el cargo de presidente en México. Hasta ahora, su imagen, como su participación en el ejercicio político de administrar un país de 130 millones de habitantes ha evolucionado, no solo en relación con su estilo y presencia, sino además en la percepción que se tiene sobre su mandato.

De acuerdo con varios medios y encuestas, Amlo es, de lejos, el presidente más popular de América Latina. No obstante, este resultado, además de ser fruto del trabajo administrativo, también tiene de fondo una estrategia surgida un par de años atrás, desde que el líder tabasqueño emprendió su tercera carrera por la presidencia mexicana. En palabras de Anna Montiel, el entonces candidato ya se ocupaba por tener una apariencia mucho más “alineada, limpia y más cuidada” que en el pasado.

Recientemente, Tatiana Clouthier reveló en Aristegui Noticias que detrás de la actual imagen de Amlo hubo una gran estrategia en la que se modificaría la imagen de activista social, por la de un hombre sabio, que tiene control de las diferentes áreas de la administración pública y que comprende a fondo los problemas del país. Pues, la estrategia funcionó de manera ostensible, dado que en gran medida ese cambio de imagen comenzó desde mucho antes que Amlo ganara las elecciones. Es decir, el plan se trazó desde la campaña y lo llevó al Complejo Cultural de los Pinos (no obstante, el Presidente no resida allí en la actualidad).

Para la contienda electoral de 2018, por ejemplo, la estrategia de jugársela para enfrentar el fenómeno que ya se había construido en las elecciones de 2006 y 2012, de crear la imagen del terrible chavista que generaría una hecatombe total en el país, arrojó los mejores resultados (valdría la pena que el lector abordara el texto académico de Silvia Gutiérrez (2007), para entender esto). Pero más allá de eso, la imagen de quien rige los destinos del país manito en la actualidad está dando resultados positivos, a pesar de lo que no funciona correctamente en estas primeras quince semanas.

Con la más reciente encuesta del periódico El Universal, el panorama para Amlo es fantástico; puesto que una aprobación que ronda el 80% hacía rato no se veía en esta parte del mundo. Si bien la aprobación mostrada en noviembre de 2018, justo un mes antes de empezar su gestión, se encontraba alrededor del 55%, ver que hoy existe un 79,4% de aprobación es más que significativo.

A pesar de ser un líder de lo que comúnmente las personas identifican como de izquierda, Amlo ha mostrado ser más pragmático que cualquiera de los que han servido de referente en América Latina para definir lo que se entiende por ella. Poca retórica y mucha acción contra dos fenómenos claramente arraigados en la institucionalidad de la región: la corrupción y el clientelismo (que, al fin, son como lo mismo).

Después de disminuirse su sueldo en un 40% (en lo que sus críticos inmediatamente cuestionaron), destinar Los Pinos a fines culturales y eliminar las pensiones de los ostentosos expresidentes, el jefe de Estado mexicano frenó la oscura ejecución del nuevo aeropuerto internacional del D.F. (Naim), al dejar expuestos los notables impactos de la corrupción en la obra y se fue de frente contra los constatados carteles de combustible, en los que evidenció participación directa de altos ejecutivos de Pemex. Si bien esto generó un caos en términos de abastecimiento que, de inmediato afectó su imagen, a los pocos días, cuando se comprendió la realidad de lo que había detrás de la suspensión, las aguas se calmaron y hubo alta aceptación del hecho.

La imagen de Amlo anda por niveles, quizá, inesperados. Ahora le corresponde ser consecuente con lo que ha pregonado en todas las materias y demostrar que no hace parte del grupo de los corruptos “de izquierda” que pusieron a la región, otra vez, “patas arriba”.

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