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Analistas 13/08/2025

Cuando la sal se corrompe y pierde su sabor

Juan Pablo Liévano Vegalara
Exsuperintendente de Sociedades

La sentencia en contra de Álvaro Uribe Vélez nos recuerda la parábola de la sal del Evangelio. Un fallo condenatorio basado en indicios, suposiciones e inferencias, y sustentado en pruebas obtenidas de manera irregular, o que posiblemente fueron manipuladas y no mantuvieron la cadena de custodia, o incluso en un testigo muy cuestionado -es decir, con ausencia de pruebas sólidas-, parecería desvirtuar el propósito de la justicia, específicamente por la vulneración al debido proceso, el desapego al principio in dubio pro reo, la violación a la intimidad personal y el quebrantamiento del secreto profesional.

Para entender esta comparación, es preciso explicar el gran valor y el uso de la sal en la antigüedad, pues no solamente se utilizaba como dinero-mercancía, sino también para dar sabor y conservar los alimentos.

Por eso, Jesús, en Mateo 5:13, haciendo referencia a los discípulos, indicaba que eran “la sal de la tierra” y que su valor dependía de su impacto en el mundo, dándole sabor y preservando la moral. La parábola incluso señala que, si la sal se corrompe o desvirtúa -es decir, pierde su sabor y propósito-, no sirve sino para ser tirada y pisoteada por los hombres. El Señor remata indicando que los discípulos son “la luz del mundo” y que deben brillar con sus buenas obras delante de los hombres.

Por otro lado, los jueces son el bastión del Estado de Derecho. Son la sal de la democracia y dan sabor a la administración de justicia. No pueden corromperse ni perder el sabor, ya sea porque hacen transacciones económicas con sus sentencias, porque estas reflejan sus posiciones ideológicas personales o porque simplemente no se enmarcan en los hechos, las pruebas y el derecho.

Los jueces, como la sal, deben dar sabor y conservar la democracia y el Estado de Derecho a través de una correcta administración de justicia, con base en el debido proceso y en el estricto cumplimiento de la ley. Son la luz de la democracia, pues con sus sentencias, sujetas a los hechos, las pruebas y al derecho, dan ejemplo e iluminan a la ciudadanía.

Así como Jesús exigía a sus discípulos el mayor de los compromisos con la correcta evangelización y el comportamiento social, las democracias exigen a los jueces el mayor de los compromisos con la justicia y su imparcialidad. Ambos debían y deben cumplir con su propósito y, al no hacerlo, perderían su sabor y podrían ser desechados por los hombres, como sabiamente lo indica el Evangelio. Por eso, como la diosa Temis, la justicia debe ser ciega y no corromperse por ideologías personales, ni basar sus fallos sin sustento en los hechos, las pruebas y el derecho.

En conclusión, así como los discípulos eran parte fundamental para la evangelización, los jueces lo son para la democracia y, en la medida en que pierdan su sabor o se corrompan -como la sal-, traicionarán su verdadero propósito y razón de ser. Por el bien de la justicia, espero que el Tribunal de Bogotá corrija la decisión en contra del expresidente Uribe, para que esta cumpla su propósito y los jueces sean la sal y la luz de nuestra democracia.

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