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La sentencia en contra de Álvaro Uribe Vélez nos recuerda la parábola de la sal del Evangelio. Un fallo condenatorio basado en indicios, suposiciones e inferencias, y sustentado en pruebas obtenidas de manera irregular, o que posiblemente fueron manipuladas y no mantuvieron la cadena de custodia, o incluso en un testigo muy cuestionado -es decir, con ausencia de pruebas sólidas-, parecería desvirtuar el propósito de la justicia, específicamente por la vulneración al debido proceso, el desapego al principio in dubio pro reo, la violación a la intimidad personal y el quebrantamiento del secreto profesional.
Para entender esta comparación, es preciso explicar el gran valor y el uso de la sal en la antigüedad, pues no solamente se utilizaba como dinero-mercancía, sino también para dar sabor y conservar los alimentos.
Por eso, Jesús, en Mateo 5:13, haciendo referencia a los discípulos, indicaba que eran “la sal de la tierra” y que su valor dependía de su impacto en el mundo, dándole sabor y preservando la moral. La parábola incluso señala que, si la sal se corrompe o desvirtúa -es decir, pierde su sabor y propósito-, no sirve sino para ser tirada y pisoteada por los hombres. El Señor remata indicando que los discípulos son “la luz del mundo” y que deben brillar con sus buenas obras delante de los hombres.
Por otro lado, los jueces son el bastión del Estado de Derecho. Son la sal de la democracia y dan sabor a la administración de justicia. No pueden corromperse ni perder el sabor, ya sea porque hacen transacciones económicas con sus sentencias, porque estas reflejan sus posiciones ideológicas personales o porque simplemente no se enmarcan en los hechos, las pruebas y el derecho.
Los jueces, como la sal, deben dar sabor y conservar la democracia y el Estado de Derecho a través de una correcta administración de justicia, con base en el debido proceso y en el estricto cumplimiento de la ley. Son la luz de la democracia, pues con sus sentencias, sujetas a los hechos, las pruebas y al derecho, dan ejemplo e iluminan a la ciudadanía.
Así como Jesús exigía a sus discípulos el mayor de los compromisos con la correcta evangelización y el comportamiento social, las democracias exigen a los jueces el mayor de los compromisos con la justicia y su imparcialidad. Ambos debían y deben cumplir con su propósito y, al no hacerlo, perderían su sabor y podrían ser desechados por los hombres, como sabiamente lo indica el Evangelio. Por eso, como la diosa Temis, la justicia debe ser ciega y no corromperse por ideologías personales, ni basar sus fallos sin sustento en los hechos, las pruebas y el derecho.
En conclusión, así como los discípulos eran parte fundamental para la evangelización, los jueces lo son para la democracia y, en la medida en que pierdan su sabor o se corrompan -como la sal-, traicionarán su verdadero propósito y razón de ser. Por el bien de la justicia, espero que el Tribunal de Bogotá corrija la decisión en contra del expresidente Uribe, para que esta cumpla su propósito y los jueces sean la sal y la luz de nuestra democracia.
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