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Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver algunas estadísticas de confianza ciudadana. Es normal en las encuestas colombianas que el Congreso aparezca con un bajo nivel; desde hace un tiempo, la rama judicial y, para mi sorpresa, aparecía con alto nivel de desconfianza el sector empresarial.
En América Latina, según el Latinobarómetro, la desconfianza permea todas las instituciones públicas; el Congreso y los partidos políticos ocupan el último lugar en confiabilidad. En el primero solo 21% confía en su gestión y en el segundo, apenas 13% sigue confiando en cualquier partido; las demás ramas del poder público e incluso la misma institución de la democracia, rodean cifras similares. En el sector privado las cosas mejoran algo; las empresas, ONG y medios de comunicación llegan a niveles por encima de 40%. Sin embargo, en una medición reciente en Colombia, la desconfianza frente al empresariado va en aumento; este síntoma, sumado a la caída de imagen de las instituciones, representa un peligro en la estabilidad del sistema.
Las causas de la caída de imagen del empresariado frente a los colombianos son múltiples y deben ser estudiadas a profundidad. Sin embargo, varios problemas se pueden deducir; sin duda existe una imagen de que los empresarios velan solo por su propio interés, su apatía por los temas políticos los lleva a parecer lejanos y a muchos de ellos les ha faltado trabajar en distintos temas con sus empleados; en estos países hacer lo legal no es suficiente.
Otra razón que coge fuerza: existe una clara intención por desprestigiar su trabajo; el socialismo, que tanto daño le ha hecho al mundo con su discurso barato, aún apela a la lucha de clases y se palpa en distintos comentarios el deseo de estos sectores de que a la clase empresarial le vaya mal. Finalmente, son los empresarios el mejor ejemplo del capitalismo y con él una muestra de que ese sistema no es perfecto, pero funciona.
¿Es posible recuperar la confianza en el sector empresarial? Sí, pero no basta con hacer un hashtag o crear un mensaje; requiere un trabajo mancomunado que debe arrancar por los propios empresarios. Ellos, como motor del país, tienen que empezar a tener conciencia de su responsabilidad social; en sus trabajos, implementar talleres de formación y, por qué no, de voluntariado; los grandes cambios arrancan con pequeñas ideas; también se debe empezar a formar a los jóvenes en torno a la importancia del sentido del trabajo; hay que buscar el empoderamiento del microempresario; ellos también hacen parte del grupo empresarial, son fuente de trabajo y la mayoría pasa desapercibido.
En la parte pública es necesaria una defensa del trabajo privado; desafortunadamente la pobreza es caldo de cultivo para los cantos de sirena de la izquierda y la desprotección del sector privado lleva a que esta se multiplique. No se puede seguir siendo tolerante con el ataque sistemático de las empresas; si ellas caen, por delante caerá la democracia del país.