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Analistas 07/03/2025

El monopolio de la opinión

Juan Manuel Nieves R.
Estudiante de Comunicación Política
JUAN MANUEL NIEVES

Hace cuatro años, en el período previo a las elecciones presidenciales, Colombia presenció un fenómeno singular: casi todos los candidatos parecían tener un enemigo común, Gustavo Petro. En aquel entonces, las campañas políticas giraron obsesivamente en torno a él, ya fuera para atacarlo o para defenderlo. Algunas columnas de opinión se transformaron en trincheras ideológicas, intensificando una polarización que, lejos de desaparecer, ha echado raíces profundas en el debate nacional.

Lo paradójico de esta situación es que, hoy, ya en el poder, el presidente ha logrado monopolizar la agenda pública de forma casi absoluta. Semana tras semana, las noticias se suceden con una cadencia predecible, y casi siempre negativas. El Presidente, consciente de su capacidad para manejar los tiempos mediáticos, lanza declaraciones, proyectos y polémicas que inmediatamente se convierten en el tema central de la discusión nacional. La oposición, en vez de construir una narrativa alternativa, ha caído en la trampa: se limita a criticar cada movida del ejecutivo, sin aportar propuestas concretas ni proyectos de país.

Este monopolio de la opinión pública tiene efectos adversos; por un lado, perpetúa una atmósfera de confrontación constante; por el otro, impide que se hable de lo realmente urgente: la inseguridad que azota las calles, una economía que pide a gritos reformas estructurales y una carga tributaria que asfixia a los ciudadanos y a las empresas. En medio de este clima de tensión, la esperanza -ese motor indispensable para cualquier sociedad- parece haberse quedado sin gasolina.

La incertidumbre que provoca esta narrativa de confrontación tiene un impacto directo en la economía. Los inversionistas, locales y extranjeros, observan con preocupación cómo los titulares no dan tregua y cómo los líderes políticos parecen más interesados en las peleas mediáticas que en construir soluciones. La confianza, se ve minada por un discurso que no ofrece salidas, sino ataques. Y mientras el ejecutivo sigue marcando el paso, la oposición parece resignada a marchar a su ritmo, olvidando que su verdadero papel debería ser el de plantear alternativas viables y esperanzadoras.

Es aquí donde los empresarios tienen una oportunidad única y urgente. Durante años, los líderes empresariales han adoptado un perfil bajo, temerosos de las represalias mediáticas y políticas. Sin embargo, su voz es ahora más necesaria que nunca. No se trata de hacer oposición partidista, sino de ofrecer un relato diferente: uno que sea capaz de productividad, de generación de empleo, de innovación y de estabilidad. Los gremios y los líderes empresariales deben asumir el reto de proponer agendas claras y proactivas, que contrastan con el discurso pesimista que domina hoy.

La crítica es indispensable en democracia, pero cuando se convierte en el único recurso narrativo, corre el riesgo de desmoralizar aún más a una sociedad ya cansada de las peleas estériles. Es momento de que los medios amplíen su foco y comiencen a hablar de historias de éxito, de proyectos innovadores, de alternativas que despierten la ilusión de un país mejor, claro que hay que destapar los escándalos, pero hay que darle camino también a la esperanza.

Es hora de que el país se libere del monopolio de la opinión pública y de poner sobre la mesa los temas que realmente importan. Colombia necesita nuevas voces, nuevos proyectos y, sobre todo, una nueva narrativa que inspire y convoque. La incertidumbre no puede seguir siendo el destino inevitable de este país. La esperanza debe regresar al centro de la conversación nacional.

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