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Cada línea pintada sobre el asfalto y cada señal vertical instalada en Bogotá es el resultado de una acción planificada, contratada y supervisada. No es casual. Se trata de intervenciones que buscan mejorar la seguridad vial, organizar el tránsito y permitir que todos -peatones, ciclistas, conductores- podamos movernos mejor. Para lograrlo, el Distrito ha invertido en 2024 y 2025 más de 131.000 millones de pesos en contratos de señalización, además de cerca de 38.000 millones en interventorías que aseguran que lo ejecutado cumpla con lo previsto en los contratos.
Aunque muchas veces pasen desapercibidas, la pintura y las señales son elementos esenciales para el funcionamiento de una ciudad. Sin ellas, se pierde el orden, aumentan los riesgos y se dificulta la convivencia en el espacio público. Su instalación responde a estudios técnicos, necesidades detectadas por las autoridades de movilidad y prioridades definidas con base en criterios de seguridad, cobertura y servicio.
Para que esto funcione, es indispensable que la ejecución sea rigurosa y que exista control técnico independiente. Aquí entra el papel de la interventoría: revisar en campo, verificar cantidades y calidades, validar georreferenciaciones, documentar avances y garantizar que los pagos a los contratistas correspondan a trabajos bien hechos. Esta labor es un componente esencial de la cadena de valor de la infraestructura pública: protege los recursos del Estado y asegura que el ciudadano reciba obras útiles y duraderas.
Hoy, buena parte de la señalización que se está instalando se concentra en zonas priorizadas por el Distrito: sectores de alta demanda de transporte público, áreas con problemas de seguridad vial o zonas estratégicas para el sistema de movilidad. En muchos casos, estas áreas ya cuentan con buena infraestructura. En otros, es evidente la necesidad de complementar la señalización con mantenimiento vial o mejoras al espacio público.
Esto no significa que el esfuerzo actual esté mal orientado. Al contrario: la ciudad está avanzando en grandes obras como el metro, la infraestructura de Lagos de Torca, nuevos corredores de TransMilenio y redes peatonales y para biciusuarios. Pero estas inversiones deben complementarse con el cuidado de lo ya construido. La señalización no puede operar en solitario. Necesita un soporte físico en buen estado para ser efectiva y perdurable.
Por eso es fundamental contar con una política pública que integre señalización y mantenimiento vial dentro de una visión de movilidad urbana más amplia. Esto requiere información actualizada sobre el estado de la infraestructura, metodologías para definir tipos de mantenimiento, análisis multicriterio para priorizar intervenciones y mecanismos de contratación que aseguren eficiencia y calidad. Es decir: saber qué hay, en qué estado está, cuánto cuesta mantenerlo y cómo hacerlo bien.
Invertir en señalización es también una forma de prepararnos para el futuro. La movilidad urbana está cambiando, y con ella, las exigencias sobre la infraestructura. Los vehículos autónomos, por ejemplo, dependen de una red clara y legible de señales horizontales y verticales para operar con seguridad. La buena señalización no solo salva vidas hoy; también es condición necesaria para que las ciudades puedan adaptarse a tecnologías emergentes y sistemas inteligentes de transporte.
La buena noticia es que Bogotá ha avanzado. Hoy se están ejecutando contratos de señalización con criterios técnicos exigentes y con supervisión independiente. Se está invirtiendo con seriedad en un componente esencial de la movilidad. Lo que sigue es consolidar ese esfuerzo: mantener lo que se ha hecho, ampliar su alcance, conectarlo con una estrategia de conservación vial, y asegurar que cada intervención cuente con el respaldo de una gestión pública responsable y bien informada.
Finalmente, vale la pena reconocer el trabajo de quienes hacen posible esto. Cada noche, mientras la ciudad duerme, cuadrillas de trabajadores pintan líneas, instalan señales y corrigen fallas. Lo hacen con precisión, en horarios nocturnos, para no afectar el tránsito. Es una labor silenciosa, pero vital. A todos ellos, y a quienes desde la planeación, la ingeniería y la vigilancia técnica hacen posible una mejor movilidad para Bogotá, hay que darles el crédito que merecen.
En este contexto, el papel de los expertos adquiere mayor relevancia. Contar con asesoría profesional facilita los procesos legales, fiscales y cambiarios que, aunque están diseñados para ser claros, pueden resultar complejos para quien llega por primera vez
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre