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A comienzos de los años 50, en Chicago, Estados Unidos, una mujer llamada Dorothy Martin -quien luego adoptó el nombre de Marion Keech para facilitar la supuesta recepción de profecías- afirmó recibir mensajes de seres extraterrestres del planeta Clarion.
El mensaje más trascendental llegó en 1954: el mundo sería destruido por un diluvio el 21 de diciembre de ese año. Solo los creyentes, reunidos en el grupo “los buscadores”, serían salvados por una nave espacial.
La fe era total. Varios miembros del grupo abandonaron sus trabajos o sus estudios universitarios para prepararse para la inminente ascensión.
El investigador Leon Festinger, entonces profesor de la Universidad de Michigan, se interesó en este fenómeno con una pregunta clave: ¿cómo reaccionarían los miembros de “los buscadores” si la profecía no se cumplía?
Para asombro de Festinger, el 22 de diciembre de 1954, cuando el mundo seguía en pie, el grupo no se desintegró. Todo lo contrario: reforzaron su fe. Interpretaron que su devoción colectiva había logrado un milagro, salvando al mundo de la catástrofe.
El trabajo de investigación sobre ese comportamiento llevó a Festinger a desarrollar la Teoría de la disonancia cognitiva que publicó en 1957 (A theory of Cognitive Dissonance, Stanford University Press).
La disonancia cognitiva se define como el malestar sicológico que ciertas personas experimentan cuando sus creencias, valores o actitudes fundamentales entran en conflicto con sus propias acciones, experiencias o con ideas que también sostiene.
Ante esta incomodidad, la mente humana no suele renunciar a sus convicciones. En su lugar, es capaz de modificar la interpretación de los hechos o incluso ignorar la realidad para preservar la coherencia interna de las creencias.
Esta teoría explica fenómenos cotidianos. Por ejemplo, cómo, sabiendo de la inminencia y la gravedad del cambio climático, las personas miran para otro lado y evitan cambios reales en su comportamiento.
O cómo alguien puede continuar fumando a pesar de ser consciente del riesgo letal de una enfermedad avanzada. La mente prefiere crear una justificación “a mí no me pasará”, “es una exageración”, “yo no soy el responsable y otro actuará”, “no hay alternativas accesibles” antes que enfrentar la dolorosa contradicción.
La situación actual en nuestro país refleja esta capacidad de la mente de muchas personas para generar contradicciones extremas. En la esfera pública, la disonancia cognitiva no actúa sola: como en el caso del grupo “los buscadores”, se requiere de un aparato social y una estructura de poder que la construya y la mantenga.
Aquí es donde la monumental novela 1984 de George Orwell se convierte en una guía profética. El megaestado orwelliano se sostiene sobre cuatro pilares ministeriales, tres eslóganes y un idioma diseñado para limitar el pensamiento. En la novela, el aparato de control está compuesto por el Ministerio de la Verdad: dedicado a reescribir la historia, la cultura y la educación.
El Ministerio de la Paz: cuya tarea es asegurar que la guerra nunca cese. El Ministerio del Amor: encargado de la vigilancia, la ley y el orden. Y el Ministerio de la Abundancia: responsable de inventar estadísticas irrelevantes para ocultar la escasez económica.
Sobre la fachada del edificio del Ministerio de la Verdad, se leían los tres eslóganes del gobierno: “La guerra es la paz”, “La libertad es la esclavitud” y, el mencionado en el título de este artículo, “La ignorancia es la fuerza”.
Este último lema es clave. El poder se perpetúa fomentando la ignorancia de las masas, destruyendo la ciencia y el conocimiento histórico y limitando el lenguaje a través de la neolengua, una herramienta para hacer impensables conceptos que pongan en riesgo el control del Partido.
Además, el lema se aplica a los propios gobernantes, quienes deben practicar el doblepensar: la capacidad de aceptar simultáneamente ideas contradictorias. Esto les permite creer ciegamente en las mentiras del Partido, reforzando su lealtad e impidiendo cualquier pensamiento crítico.
Todo este aparato se fortalece con el ritual diario de “Los Dos Minutos de Odio”, un frenesí emocional colectivo que se desarrolla a través de una pantalla y que desvía la frustración hacia un enemigo inventado, sublimando la adoración al Gran Hermano quien por una parte pide radicalizar el discurso y por otro ofrece un ritual de protección y calma.
La disonancia cognitiva, cuando es construida con estructuras y tecnología de control, permite que algunas personas sostengan contradicciones que serían absurdas sin ese marco de apoyo.
Por esto hablan sin tapujos de la lucha contra la corrupción mientras son partícipes o cómplices de un fenómeno que ha alcanzado límites sin precedentes. De igual modo, hablan de defender la educación y el pensamiento crítico desde posiciones de extrema simplificación y activismo vulgarizador. Hablan de mérito mientras pisotean las carreras académicas.
Usan discursos de género mientras socavan la dignidad de las mujeres. Acusan a quienes no piensan como ellos de nazis o fascistas desde posiciones anti intelectuales que desprecian el pensamiento crítico y la multiplicidad de ideas. Tienen un discurso verborreico sobre la pacificación mientras arman a grupos violentos y terroristas.
Se ha llegado a un punto donde la contradicción ya no es una falla, sino la norma. Al igual que los miembros del grupo de Keech que salvaron al mundo con su fe, se refuerza la fe en la narrativa oficial, por absurda que sea, antes que enfrentar la crítica realidad.
La lección de Festinger y Orwell es contundente: la disonancia cognitiva opera como una poderosa fuerza de autoengaño, y la “ignorancia es la fuerza” es la receta perfecta para convertir ese autoengaño individual en un mecanismo de control social. Ante este panorama, la progresión del populismo al autoritarismo, y de ahí a una dictadura constitucional, es -como lo señaló Mauricio Gaona en el congreso de Fenalco- “simplemente una cuestión de forma y de tiempo”. Y, precisamente por la niebla de la disonancia cognitiva, ni siquiera nos daremos cuenta de ese tránsito.
En este contexto, el papel de los expertos adquiere mayor relevancia. Contar con asesoría profesional facilita los procesos legales, fiscales y cambiarios que, aunque están diseñados para ser claros, pueden resultar complejos para quien llega por primera vez
El comercio no es una guerra silenciosa entre compradores y vendedores. Es un intercambio voluntario en el que ambas partes ganan, siempre