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Analistas 07/10/2025

¿Colombia antisemita? ¡No!

José Alfredo Jaramillo
Socio Fundador de Jaramillo Abogados

En un mundo donde las creencias, pensamientos y palabras, anteceden a las acciones, el presidente Gustavo Petro ha encendido una controversia que trasciende fronteras. Más de cien publicaciones en su cuenta de X desde octubre de 2023 (8,3 millones de seguidores), según reportes, estarían alimentando un discurso que, sin nombrarlo explícitamente, roza los límites del antisemitismo según estándares internacionales. En ellas, ha equiparado políticas israelíes con el nazismo y usado términos como “genocidio” para describir acciones en Gaza, generando un torbellino de críticas. Hoy Colombia amanece con la Andi bajo ataque, porque sus miembros hacen negocios con Israel, y algunos locales comerciales de capital judío incendiados. Un líder puede procurar adoctrinar a un pueblo para revertir sus creencias, por ende, debe entender que esa doctrina no puede ser incendiaria.

Las palabras del líder son oídas y pueden tener consecuencias. Semanas antes del asesinato de Miguel Uribe Turbay, Petro había iniciado en redes una serie de mensajes agresivos en su contra, mostrando cómo la retórica presidencial puede moldear pensamientos, tensar el ambiente y, sin proponérselo directamente, incidir en la realidad social.

Pero, ¿es Colombia, como nación, antisemita? ¡Rotundamente, no! El pueblo colombiano, diverso y acogedor, no comparte ni respalda esta retórica que, aunque dirigida al gobierno israelí, ha generado consecuencias graves tanto dentro como fuera del país. Consecuencias que ya están generando la fractura de relaciones políticas y comerciales, y consecuencias diplomáticas para este Gobierno, irreversibles.

Petro, en su afán estratégico de posicionarse como un líder global en causas progresistas-comunistas, ha cruzado líneas sensibles. Comparar Gaza con Auschwitz o al primer ministro Netanyahu con Hitler no solo trivializa el Holocausto, sino que enciende alarmas en la comunidad judía, tanto en Colombia como en el exterior. La definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, Ihra, aceptada por numerosos países, considera estas comparaciones problemáticas porque desvirtúan la memoria histórica y pueden incitar al odio contra los judíos como colectivo. Aunque Petro insiste en diferenciar sus críticas al sionismo del pueblo judío, el impacto de sus palabras no distingue matices: la comunidad judía colombiana reporta un aumento en la hostilidad, con discursos de odio que se multiplican en redes y espacios públicos.

A nivel internacional, las consecuencias son claras. La ruptura de relaciones diplomáticas con Israel en mayo de 2024, la suspensión de compras de armas y las denuncias de Petro ante la ONU y la Corte Internacional de Justicia acusando a Israel de genocidio han aislado a Colombia en ciertos círculos. Israel, un aliado histórico en seguridad y tecnología, respondió con duras condenas, calificando las declaraciones como “hostiles y antisemitas”. Estados Unidos también expresó su rechazo, poniendo en riesgo la cooperación bilateral en un momento crítico.

En el ámbito interno, la retórica presidencial cargada de símbolos y actos pro-Palestina, crea un caldo de cultivo peligroso. La comunidad judía, pequeña pero significativa y muy unida por sus propios principios, ha denunciado un incremento en el antisemitismo, desde comentarios ofensivos en redes hasta actos de intimidación. La Ley 1482 de 2011, que sanciona la incitación al odio por motivos religiosos o étnicos, podría aplicarse si se demostrara que las palabras presidenciales fomentan discriminación. Aunque al parecer no existen procesos judiciales abiertos, la ausencia de acción legal no mitiga el daño social.

El pueblo colombiano, en su esencia, no es antisemita. Nuestra historia de convivencia, aunque imperfecta, refleja una capacidad para abrazar la diversidad. Las palabras de Petro no representan el sentir de una nación que ha acogido a comunidades de todas las creencias y orígenes. Sin embargo, el liderazgo importa. Un Presidente debe medir el impacto de sus declaraciones: no solo arriesga su legado, también pone en riesgo la estabilidad social y la reputación internacional del país. Colombia merece un liderazgo que una, no que divida. Se debe saber que Colombia, receptor del mensaje de su Presidente, es un pueblo hoy armado e históricamente violento.

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