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Al joven sicario que atentó contra Miguel Uribe se le aplica muy bien el excelente texto que escribió Gonzalo Arango en 1966, “Elegía a desquite”. El alias de un reconocido bandolero que mató la Policía.
“Su patria, su gobierno, lo despojan, la vuelven asesino, le dan una sicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin porque es lo único que sabe: matar para vivir (no vivir para matar)”. La responsabilidad por los asesinatos de desquite es colectiva. No es exclusivamente suya. La sociedad lo volvió asesino.
El joven que le disparó a Miguel Uribe era vulnerable. Sujeto de atención de los programas de los gobiernos nacional y distrital. La sociedad no le brindó oportunidades. Cerca de 16 millones de colombianos continúa viviendo en condiciones de pobreza. No tienen salida. Los gobiernos no deberían cantar victoria porque la incidencia de la pobreza se reduce cada año en uno o dos puntos. El drama que viven millones de colombianos es inaceptable.
Y sigue el texto citado: “Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de opresión, miseria, miedo y persecución, también habría sido bandolero… con las mismas posibilidades que yo tuve, él se habría podido llamar Gonzalo Arango, y ser un poeta con la dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado”.
Nunca sabremos cuántos colombianos brillantes no pudieron desarrollar sus genialidades, simplemente porque no se les ofrecieron las oportunidades. Es un fracaso individual, y un desastre colectivo. El verdadero enemigo es la sociedad, que discrimina y excluye.
“Dentro de su extraña y delictiva filosofía, este hombre no reconocía más culpa, ni más remordimiento que el de dejarse matar por su enemigo: toda la sociedad”. Esta acusación que le hace Arango a la sociedad, era válida hace 60 años y continúa siéndolo ahora. Y la culpa colectiva aparece con toda la fuerza al mirarle la cara al joven que trató de matar. La sociedad en la que nació lo llevó a matar. Le negó el derecho a ser un hombre libre. Es doloroso aceptar que “…los hombres no matan porque nacieron asesinos, sino que son asesinos porque la sociedad en que nacieron les negó el derecho a ser hombres”.
En medio del desconcierto de estos días, las personas con vocación de predicadoras están llamando a la armonía y al diálogo. Pero allí no está el problema. La buena voluntad no es suficiente. Las bombas en el Valle y el Cauca se producen en un momento en el que se invita a la cordura y al respeto por el otro. Más allá del discurso del predicador, se requieren acciones que permitan ampliar el espacio de capacidades de las personas, para que puedan ejercer su libertad, y llevar a cabo el plan de vida que consideran valioso.
“Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”.
La profecía se ha cumplido y, desgraciadamente, se seguirá cumpliendo. Desquite ha resucitado. Y la tierra se está llenando de sangre, dolor y lágrimas. En 1991, de manera lúcida, Alonso Salazar transmitía la angustia del sicario a quien se le han negado todas las posibilidades. Aquellos jóvenes de las comunas de Medellín dicen con dolor “no nacimos pa semilla”. A ellos se les sigue negando el futuro.
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