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Analistas 21/06/2019

El banquero central

Jorge Iván González
Profesor de U. Nacional y Externado

Estos días, a raíz de las declaraciones del gerente del Banco de la República, Juan José Echavarría, sobre los indicadores económicos, se ha vuelto a abrir el debate sobre la injerencia que debe tener el banco central en el manejo económico. El art. 4 de la ley 31 de 1992, que reglamenta la operación de la banca central, dice que las funciones monetaria, cambiaria y crediticia se deben realizar en “coordinación con la política económica general”. Y como la inflación y la estabilidad monetaria están íntimamente ligadas al resto de variables macro, es pertinente y necesario que la Junta Directiva del Banco esté atenta a la dinámica del conjunto de la actividad económica.

A finales de los años 70, Paul Davidson publicó el libro Moneda y Mundo Real, con un fuerte acento keynesiano, en el que muestra las íntimas relaciones entre las variables monetarias y reales. El mundo real es incierto porque la demanda de moneda es impredecible, y depende del comportamiento de los “espíritus animales”. Cuando los individuos aumentan o disminuyen la demanda de dinero, están expresando sus expectativas frente al futuro. Y como estas son caprichosas, los ciclos económicos son erráticos. Para minimizar su intensidad, Keynes mostró la necesidad de las “convenciones”. Se requiere un orden institucional que ayude a suavizar los choques que se derivan de la volatilidad de la conducta humana. Y, entonces, la política monetaria es inseparable del conjunto de la política económica.

No es un asunto de buenos o malos modales. Tiene razón el gerente del Banco al afirmar que la economía está mal. El PIB crece menos, el desempleo aumenta, el déficit en cuenta corriente se agudiza, y la situación fiscal empeora. Estas tendencias son innegable y tienen una incidencia directa en la política monetaria.

El desbalance de la cuenta corriente, que es de -4,6% del PIB, muestra que la producción doméstica está golpeada y que las importaciones continúan aumentando. Las 14 millones de toneladas de alimentos que el país está importando cada año tienen un impacto directo en el índice de precios al consumidor. Con la devaluación del peso estos bienes se encarecen. Y es bueno recordar que los alimentos son el principal componente del IPC, así que el desbalance externo tiene una relación directa con la inflación.

El déficit fiscal continuará agudizándose porque la ley de financiamiento se quedó muy corta, y porque es imposible reducir el gasto público. Además, no es conveniente tratar de disminuirlo, como lo advirtió en su momento la Comisión de Gasto. El desequilibrio fiscal se expresa en un aumento del saldo de la deuda del gobierno, y ello incide de manera directa en la política monetaria.

Desde 1958, cuando Phillips publicó su artículo sobre la relación entre inflación y desempleo, se puso en evidencia el “cruel dilema”, como lo llamaba Tobin, de los gobiernos: menor desempleo y mayor inflación, o más desempleo y menor inflación.

Negar la conexión estrecha entre las variables monetarias y reales fue el sueño de Friedman. Sus discípulos más radicales, como Carrasquilla, afirman de manera equivocada, que la “tasa de sacrificio” de la política monetaria es nula. Dicen que las decisiones de las autoridades monetarias no tienen repercusiones en las variables reales. Afortunadamente el banquero central ha puesto en evidencia la estrecha relación entre los mundos monetario y real.

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