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TRIBUNA UNIVERSITARIA 08/10/2025

La política del odio

Jerome Sanabria
Estudiante

Mientras Colombia atraviesa una de las peores crisis de seguridad de los últimos años -según The Economist- con un aumento de 45% en la presencia de grupos armados, 75% en secuestros y 50% en extorsiones con respecto a 2022, en ese mismo país donde hace apenas unos meses fue asesinado un precandidato presidencial de derecha, Gustavo Petro vuelve a hablar de “amor”.

Hace pocos días falleció el soldado Carlos Mejía, y Petro se encargó de ridiculizar su muerte con tal indolencia, que insinuó que al joven soldado le faltaba “amor”. Ni siquiera una sola palabra de pésame para con su familia; en cambio, dedicó un largo trino para hablar del enamoramiento, la reproducción humana, la dialéctica y terminó convirtiéndolo en reflexión sobre sí mismo: “Si hubiera estado ahí, lo abrazo y le cuento mi experiencia y hubiera podido enseñarle algunas cosas (…)”.

También trinó, para desviar la atención sobre la presunta reunión de su hijo Nicolás con el ministro Benedetti, que “los jóvenes que aman están más vivos. Jóvenes a amar, amor a las personas, a las causas (…)”. A primera vista, y como casi todo lo que dice Petro, esta embriaguez de amor podría parecer un disparate más. Pero va más allá: es estrategia. De hecho, similar a la estrategia con la que ganó las elecciones.

No es casualidad. La izquierda siempre ha entendido que la política no se gana con cifras, programas o resultados -porque si fuera así nunca habrían ganado-, sino con símbolos. Apelan a la emocionalidad de los votantes, a sus pasiones.

Cuando se pregunten por qué Petro ganó la Presidencia en 2022, incluso después de haber sido uno de los peores alcaldes de Bogotá, la respuesta es clara: porque logró enamorar a los jóvenes con un discurso emocional que ahora retoma en vísperas de las nuevas elecciones.

Lo hace desde un pedestal moral, haciéndoles creer que él convoca a la paz, como el adalid de la empatía y, por supuesto, del amor. Todo esto mientras hace pactos con criminales en cárceles, está envuelto en el escándalo de corrupción de la Ungrd y apoya de frente al dictador Nicolás Maduro.

Desde la campaña a la Alcaldía, ha hablado de “la política del amor”, y con el tiempo construyó un personaje de suprema superioridad moral: lanzó la lista de los ‘Decentes’ al Senado; en 2018 decía ser el “hálito de esperanza y de paz”, y en 2022 se proclamó como el cambio que convertiría al país en una “potencia mundial de la vida”.

Es esa capacidad de usar palabras rimbombantes y hablar por horas sin transmitir nada la que provocó que tantos intelectuales y jóvenes votaran por él. Pero Petro ha abusado de esa estrategia, y un país envuelto en inseguridad y violencia ya no le cree.

Lo que debe quedarnos claro es que el arma más poderosa de Petro son sus símbolos. Que predique paz mientras llama a la “guerra a muerte” debe alertarnos y que aunque hable de amor, gobierna con odio y resentimiento. No son simples palabras: son sus armas.

Y tiene sentido que, como sugirió Thierry Ways, los candidatos del petrismo sean llamados los “candidatos de la muerte”, pues su política, lejos de ser “la política del amor”, es en realidad, la política del odio.

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