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Un familiar me preguntó cómo hago para afrontar el matoneo digital que recibo diariamente por mis convicciones. Esta es mi respuesta.
La semana pasada compartí una historia muy personal. Hablé de algo que normalmente no suelo comentar: el bullying que sufrí en mi primer colegio, cuando apenas era una niña. Son recuerdos que suelo evitar, o solía, hasta que vi Adolescencia, la miniserie de Netflix. Ese día entendí que lo que viví fue, sin saberlo, una preparación para lo que enfrento ahora.
A los seis años me diagnosticaron ambliopía, una afección visual en la que el cerebro apaga un ojo y depende únicamente del otro para ver. También se le conoce como “ojo perezoso”. Me pusieron gafas y, además, un parche que tuve que usar por meses. No solo era incómodo: fue el blanco perfecto para las burlas. Las niñas de mi salón me lo jalaban como un resorte para que me golpeara la cara, otras veces me quitaban las gafas.
El acoso recrudeció. Mi mamá solía peinarme con una trenza; trenza que me jalaban y, una vez, me cortaron. Arrancaban los stickers de mis cuadernos, y un día pisotearon el que más quería. Confieso que, mientras escribo esto, siento la misma impotencia y tristeza de aquellos días.
El colegio nunca hizo nada, ni yo tampoco. No me defendía: tenía miedo. Mi única salida fue irme. Han pasado casi siete años desde entonces, pero hace dos empecé a vivir otra forma de acoso: el matoneo petrista, más virulento que el anterior.
Antes me agredían niñas de mi edad. Ahora, adultos que me duplican y hasta triplican en edad. Lo hacen con la inmadurez propia de un adolescente. Me critican por mi físico, por mis gafas (¿les suena familiar?), por cómo me visto, por mi voz, por tener un nombre ‘raro’. Y ahora también inventan chismes sobre mi vida personal, incluso sobre mi sexualidad.
Lo más triste es ver cuántas feministas de izquierda hacen parte de ese grupo de bullies. Me recuerdan a las niñas del colegio. Parece que la sororidad se les quedó en discurso.
Al principio fue duro leer esos mensajes, hasta que entendí algo clave: de niña no me defendí, pero eso ya cambió. Hoy tengo claro que esos ataques son la reacción de quienes no soportan que me haya salido del libreto. Que no sea de izquierda.
Hoy, los memes me causan gracia, y ¡nunca imaginé que me fueran a hacer caricaturas tan lindas!
Entendí que muchos adultos petristas viven una adolescencia no resuelta. Tienen un complejo de inferioridad tan fuerte que no pueden enfocarse en su propio proyecto de vida, y necesitan matonear a una joven de 18 años para sentirse importantes. No han sanado sus traumas, y en lugar de ir a terapia, buscan a quién pisotear.
A esas personas, más que rabia, hay que tenerles compasión. Matonean porque no quieren enfrentar su realidad: su mesías los defraudó.
No se diferencian en nada de aquellas niñas bully del colegio. Y si creen que van a pisotearme, se equivocan. Ya no soy esa niña. Al final, los verdaderos ‘adolescentes’ son ellos.