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Analistas 07/11/2012

¿Quién es culpable de que monopolios se vuelvan malos?

Javier Villamizar
Managing Director
La República Más
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Hace algunos años el billonario Warren Buffett en una entrevista a la cadena de noticias Cnbc dio algunos consejos sobre la forma de invertir en los mercados de valores. Uno de ellos era “comprar compañías con buen historial de beneficios y una posición dominante de mercado”.  El razonamiento del Sr. Buffett tiene todo el sentido del mundo, es obvio que una compañía con una posición dominante tiene un ingrediente fundamental para ser exitosa y producir ganancias a largo plazo. Esta posición dominante se puede lograr de muchas maneras, siendo una de ellas el tener acceso privilegiado a un insumo, una patente o un activo escaso y otra, como consecuencia de una inversión continuada y estratégica superior a la de los competidores. Desde el punto de vista social y económico, ninguna de estas razones debería considerarse negativa, inmoral o peligrosa para el bien de la sociedad mientras que al empresa hay obtenido su ventaja competitiva dentro de un marco legal. El problema que las compañías con posición dominante terminan enfrentando es ser estigmatizadas como “monopolios”, palabra que en contraste con la definición oficial de la Real Academia Española, comúnmente tiene un carácter maléfico. Parece lógico pensar que una estrategia empresarial exitosa debería conducir a obtener un monopolio ya sea temporal o geográfico, donde la empresa encuentra, o crea, un  mercado en el cual la competencia es irrelevante.

Entonces ¿son socialmente malos los monopolios? Obviamente que no, los monopolios, la concertación y la utilización de activos, insumos e información privilegiada son los combustibles que hacen mover la economía y son la principal motivación de la competencia. El sueño de tener una posición dominante en el mercado de los PCs fue lo que impulsó a Microsoft a invertir por muchos años en perfeccionar su sistema operacional, al igual que el sueño de los fundadores de Google de “dominar el mundo” y volverse los reyes de los sistemas de búsqueda por internet fue lo que los motivó a fundar una de las compañías mas revolucionarias de la historia.  Si se quiere fomentar competencia real, se debe permitir que exista concentración de utilidades y de participación que generen economías de escala  como producto de una inversión planeada y continuada. El monopolio se vuelve un problema social cuando se abusa de la posición dominante y es entonces cuando es deber del Estado detectar el momento oportuno de intervenir, colocando reglas claras que eviten el abuso y promuevan una competencia sana.

En el caso de la telefonía celular en Colombia, el problema no es si el operador con posición dominante debe tener o no acceso a espectro para servicios de 4G, eso es como decía mi profesor de sociales “confundir la gimnasia con la magnesia”. La asignación de espectro para los servicios de datos de 4G debe ser independiente de la situación de competitividad de las operaciones actuales de telefonía móvil y debe verse como una oportunidad de negocio donde cualquier jugador debe tener acceso basado en su capacidad económica, de gestión y experiencia.

Restringir el acceso a un nuevo negocio a una empresa que tiene una posición dominante en otro, la cual es consecuencia de muchos años de trabajo y de una inversión continuada, así como de la incapacidad y torpeza de un Estado que no supo darse cuenta a tiempo de lo que estaba pasando y no ejerció su autoridad para regular las tarifas de interconexión y la calidad del servicio, es simplemente colocar una cortina de humo sobre un problema que hace mucho se salió de las manos del gobierno.  

Pretender como lo sugiere algún congresista, que ninguna empresa de telefonía celular pueda tener más de 30% de los ingresos totales en los mercados nacionales de voz, datos, contenidos y aplicaciones es una medida anti-capitalista y que va en contra de los principios básicos de una economía de mercado donde la participación de cada jugador y sus ganancias son el producto de su habilidad para competir y de su apetito por tomar riesgos y por invertir a largo plazo.

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