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En 1789, cuando estalló la Revolución Francesa, el pueblo se levantó contra una monarquía que los exprimía con impuestos, les prohibía producir libremente y los trataba como súbditos sin voz ni propiedad. Lo curioso es que no se rebelaron por el hambre, sino por el descaro. Mientras el pueblo pagaba la sal, el pan y el aire con impuestos, los cortesanos del rey vivían en Versalles, con más de 150 cocineros, 200 sirvientes y casi 2 millones de libras en gastos solo para perfumes.
Pero hubo una estafa invisible, el engaño de hacerle creer al pueblo que sus enemigos eran los panaderos, los comerciantes, los prestamistas… los que trabajaban. Así, mientras el Estado saqueaba desde arriba, muchos dirigieron su rabia hacia los de al lado. En lugar de cortar cabezas en el Palacio, las cortaron en las plazas. Han pasado más de dos siglos y seguimos cayendo en la misma trampa. En Colombia, hoy, nos hacen creer que el enemigo es el empresario que genera empleo, el vecino que se molesta porque una protesta le bloquea la ruta al trabajo, el tendero que no imprime factura. Pero el verdadero estafador no se disfraza de rico: se disfraza de redentor, de Estado benefactor, de defensor del pueblo o del “último Aureliano”.
El discurso de buena parte del Gobierno se ha convertido en una máquina de humo que necesita enemigos para justificar su propia ineficiencia. En lugar de asumir responsabilidades, señala con el dedo al sector privado, acusándolo de todos los males que padece el país. Si aumenta el desempleo, no es por la rigidez del mercado laboral, los altos costos de contratar o la inseguridad jurídica: es porque, según ellos, los empresarios son unos explotadores clasistas que no quieren contratar al “pueblo”.
Si sube la inflación, no es por el exceso de gasto público, la impresión de dinero o el deterioro del peso: es por la “avaricia de los supermercados”, que suben los precios solo para enriquecerse a costa del hambre de los demás. Si las tasas de interés están altas, no es por el riesgo país, la falta de confianza, ni las señales económicas erráticas del gobierno: es culpa de los bancos, a quienes acusan de “depredadores financieros”, mientras aumentan el déficit y disparan el endeudamiento público.
Si caen los salarios reales, no es porque la productividad esté estancada, ni porque las cargas parafiscales ahoguen al empleador: es porque “los ricos no quieren repartir”. Si una empresa quiebra, no es por los impuestos, la tramitomanía, ni la inseguridad jurídica. Es porque, según ellos, “el modelo neoliberal fracasó”. Nunca por las decisiones equivocadas del mismo Estado que crea leyes que asfixian a quien produce.
Este discurso no es inocente. Es una gran estafa narrativa. Su propósito no es resolver problemas, sino crear culpables útiles para mantener el poder. En vez de generar confianza y atraer inversión, generan miedo, odio y división. Porque mientras el país discute sobre quién tiene más, ellos avanzan en quitarte lo poco que te queda.
Te roban, te culpan y encima te dicen que aplaudas. No eres el problema por querer crecer, eres el blanco porque no te arrodillas. El Estado no redistribuye: confisca. No caigas en su trampa. La única salida es la libertad. Y en esta guerra disfrazada de justicia, Libertank es tu trinchera. No pedimos permiso. Vinimos a desmontar el fraude.
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