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Analistas 30/11/2021

Solo el pasado no ayuda

Ignacio-Iglesias

“El secreto del cambio está en poner toda la energía en empujar lo nuevo y no en luchar contra lo que ya existe”, Confucio.

Llevamos una época, al menos en España aunque creo que es una tara muy extensible a otros países y latitudes, donde no hay día que pase que no volvamos la vista atrás y saquemos o saquen terceros a pasear diferentes pasajes de la historia.

Si hay que ser sinceros, me parece una pérdida de tiempo y un desgaste poco práctico cuando, como ya decía nuestro buen amigo Confucio seis siglos AC, lo que tenemos que hacer es poner todo nuestro esfuerzo en resolver lo que tenemos por delante. Algo que no está siendo especialmente sencillo.

Lo de mirar para atrás es aplicable tanto a la búsqueda de referentes que puedan servir de ejemplo como guías espirituales, políticos o sociales para ayudar a clarificar las mentes de los que nos dirigen, o bien, a cuestionar o vanagloriar lo acontecido en épocas más o menos lejanas para provocar la ira o la reacción en el que tenemos enfrente.

Esto, denominado presentismo, es una tendencia errónea, ya que la historia no se puede analizar ni banalizar con los ojos del presente. En nuestros días cualquiera se cree con capacidad de frivolizar con lo acontecido en épocas pasadas si con eso consigue algún rédito político o social.

No me cabe la menor duda que todo esto se debe a esa ansia infinita de polarizar, enfrentar y crear una sociedad maniquea, donde los que no están de mi lado son malos malísimos y tienen una percepción distorsionada de la realidad y nos toca a los de nuestro lado defender de manera vehemente, incluso más de lo que nos creemos, la posición contraria porque…, es lo que nos toca o que nos obligan a hacer.

Estamos en la era de lo que muchos llaman la dignificación de la exageración, a lo que yo añadiría y de la mentira.
No sé si los llamados a liderar cada uno de esos bandos piensan que la manera de ejercer su liderazgo es exagerar sus opiniones como muestra de su consistencia o, por el contrario, si son tan influenciables, por no decir otra cosa, que basta con que haya alguien que les caliente la cabeza y les convenza de que lo que tiene que hacer es ser sectario como forma inequívoca para dejar bien patente que “a todo eso me opongo radicalmente, porque yo soy de otra manera”¿De qué manera? Pues no lo sabe muy bien, pero de otra muy distinta.
¿Serán conscientes de que esas bravatas pueden hipotecar su crédito en un futuro muy próximo? Es evidente que no; no son nada conscientes.

Viven el día a día. Si con una opinión o un acto hoy, crea un problema mañana, será entonces cuando improvisen una solución para salir del paso de ese problema y así, día tras día, crean una espiral que definitivamente les va a engullir y desaparecerán porque, aunque no lo crean, en general, la gente común busca acercamiento, entendimiento y una cierta objetividad y esos extremismos irracionales, que son ahora la moda, llevan al hastío, a la incomprensión y, lo peor, al total desapego.

Está claro que la historia de la humanidad es cíclica y ahora, tras años de una supuesta convergencia, globalización, acercamiento de posturas para arreglar problemas más o menos comunes a todo el mundo, corresponde una fase de divergencia, extremismos, reproches y opiniones hiperbólicas muy alejadas de la realidad y que espantan hasta a los que están curados de espanto.

Y todo lo anterior, suele venir acompañado y de ahí el título del artículo a mencionar momentos y/o personajes del pasado que en la mayoría de los casos poco tienen que ver o que decir con lo que se discute, pero piensan que refuerzan sus argumentos o, por el contrario, ayudan a justificar los ataques al enemigo.

Leer y aprender de la historia y sus protagonistas es clave para poder actuar sobre el futuro, pero gastar tanta energía en defender o cuestionar lo pasado, es del género tonto y sólo explica la poca clarividencia y recursos, además de mediocridad, de los que se valen los mal llamados líderes políticos y sociales que nos rodean. ¿No tienen la suficiente confianza en sí mismos y en sus equipos como para estar siempre echando la vista atrás?

Personalmente, creo que son conscientes de que en su búsqueda de referentes y de argumentos de antaño dan muestras evidentes de no tener la menor idea de cómo afrontar los años venideros con solvencia y determinación (y no basta con decirlo, porque es evidente que esa palabra determinación se repite hasta la saciedad; pero del dicho al hecho…).

Visionarios tampoco necesitamos, pero al menos personas con sentido común, el más difícil de los sentidos, que tengan criterio, sean capaces de consensuar, dejen de lado rencillas y rencores personales, vean más allá de sus narices y agarren el toro por los cuernos y hagan una buena faena. Ni siquiera les pedimos que salgan a hombros de la plaza, simplemente que sean honestos y serios en su tarea. Nuestros hijos puede que hasta se lo agradezcan.

Estos son los líderes que necesitamos ¿Alguien sabe dónde encontrarlos? Al menos en mi país están desaparecidos, desde hace muchos muchos años.
No quiero pensar que tengamos que remontarnos a los clásicos donde los políticos eran personas pudientes, de más de 50 años y amantes de la res pública, porque si fuera así sería más fácil ser santo que un buen político.

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