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Analistas 23/03/2023

Espiritualidad y desempeño

Héctor Francisco Torres
Gerente General LHH
La República Más

Es posible que el encabezamiento de esta columna produzca similar curiosidad a la que sentí cuando leí el programa del 14th Global Peter Drucker Forum llevado a cabo en Viena a finales del año pasado. La agenda para el viernes 18 de noviembre comenzaba con un dialogo entre los sacerdotes Bart Weetjens y Christian Marte, zen el primero y jesuita el segundo, cuyo título era el mismo de este escrito, complementado con una frase tentadora para los escépticos: “cómo la espiritualidad apoya la autogestión y mejora el desempeño”.

Decidí darme la oportunidad de cuestionar la creencia generalizada de que la consecución de resultados depende de la capacidad para definir metas, de la administración del tiempo, del seguimiento, del foco, del tesón, de la adaptabilidad y del conocimiento, para entender como la espiritualidad encaja en esa profusa lista de ingredientes a los que muchos expertos le atribuyen el éxito personal y profesional.

Aprendí que la espiritualidad no es sinónimo de religiosidad ni está ligada a ningún dogma específico. Se trata de una experiencia individual y subjetiva que se relaciona con la búsqueda de propósito y que puede practicarse a través de la meditación, la filosofía, la oración, la conexión con la naturaleza, el yoga o el mindfulness, entre otros. Dependiendo de cómo se ejerza, puede contribuir al buen manejo del estrés y de las emociones difíciles aumentando la capacidad para lidiar con los desafíos cotidianos, e impulsar la motivación y el compromiso con la obtención de resultados.

Aunque la relación entre la espiritualidad y el desempeño es personal y multifacética, traigo a colación algunas sugerencias para construir un puente entre este y aquella, tal como fueron abordadas en el excepcional dialogo que hoy rememoro. La primera tiene que ver con la relevancia de dedicar tiempo a la reflexión individual y profunda, pues la experiencia es el resultado de cavilar sobre las acciones y decisiones que tomamos a diario y de aprender sobre los resultados obtenidos frente a los esperados. Si nos proponemos abrir espacios para tomar conciencia del entorno presente, también podremos asimilar mejor el flujo de estímulos externos que recibimos constantemente y que son los causantes del agotamiento que a menudo sentimos. La segunda consiste en desarrollar el hábito de la gratitud que, además de aumentar el bienestar emocional, mejora las interacciones con los demás y refuerza la resiliencia. La tercera consiste en pedir constantemente, aceptar genuinamente y aplicar con humildad los consejos y la retroalimentación de quienes nos rodean; esto ayuda a desarrollar entornos de confianza y evita la proliferación de áulicos y aduladores, tan comunes en las organizaciones jerárquicas.

El ejercicio de la espiritualidad en los individuos acrecienta su capacidad para enfrentar desafíos y superar obstáculos; afianza la ética como eje central del desempeño; motiva la serenidad en las actuaciones y desarrolla la empatía y la comprensión de los demás.

Mas allá de la conexión entre la espiritualidad y el desempeño, la enseñanza más valiosa de este diálogo consistió en evidenciar que, por encima de las creencias, las opiniones y los puntos de vista personales, siempre es posible hallar espacios para la conversación, la tolerancia y el consenso.

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