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Los servicios de salud han protagonizado una revolución en el último siglo: la expectativa de vida se ha doblado en todo el mundo, la mortalidad infantil se ha reducido en forma drástica, se han acabado las hambrunas, se han mitigado los riesgos derivados de las inevitables epidemias y se han introducido tecnologías para ayudar a establecer qué ocurre en el cuerpo. De otra parte, el planeta se ha integrado en comunicaciones, lo cual se refleja en exigencias de servicio de salud que requieren más ingreso para sostener los sistemas públicos contemporáneos, fundados en la solidaridad, con acceso universal.
El proceso no ha madurado aún: los cambios en el trabajo han reducido el consumo de calorías en tanto que la ingesta ha aumentado en promedio. En EE.UU., país líder en innovación, hay gran desperdicio: la participación de la salud en el producto interno bruto en ese país dobla a la de otros países desarrollados sin que ello resulte en mayor expectativa de vida, y las pólizas para protección contra imputaciones legales por desaciertos son desbordadas. La humanidad tampoco ha entendido bien la importancia de cuidar el cuerpo como deber para hacer sostenibles los sistemas solidarios de salud. Sin embargo, quizás el mayor reto es la exigencia de servicios de la misma calidad en todo el mundo, con la mejor tecnología, pese a la diferencia en ingreso.
En el tercer mundo se ha abordado el asunto de manera brusca, a expensas de los profesionales de la salud en buena parte, pese a la gran inversión de tiempo y otros recursos necesaria para lograr credenciales adecuadas. A jornadas absurdas, práctica heredada de países desarrollados, se suman límites bajos al ingreso y condiciones laborales precarias, aún para médicos de especialidades sofisticadas. Atender esta evidente contradicción requiere, en primer lugar, crecimiento rápido y sostenido del ingreso en los países no desarrollados, que desembocará en mayor valor real del trabajo, tarea más de la economía política que de las ciencias de la salud, pero hay otras por delante para usar recursos escasos con eficiencia.
Es necesario reducir riesgos mediante el cultivo de prácticas acertadas en la vida cotidiana de toda la población: nutrición equilibrada y ejercicio para compensar la supresión del esfuerzo físico en el trabajo. La transformación laboral no se ha completado, por lo cual la financiación de la salud exige educación continua para asegurar capacidad de generar ingresos y contribuir al sostenimiento del sistema en época de creciente automatización.
Las soluciones también implican mejor gestión: plataformas únicas en cada sistema nacional, con acceso a la historia clínica completa y bien ordenada para los profesionales calificados; telemedicina para atención efectiva e inmediata de asuntos menores; puntos de atención básica con tecnología adecuada en toda la geografía del respectivo sistema; integración de los sistemas de servicios de salud y de educación.
La solución no es la estatización promovida por el Gobierno actual en Colombia: inhibe la innovación y desemboca en burocratización y riesgo de desatención. La participación del capital privado en el aseguramiento y la prestación, con regulación y supervisión acertadas, conduce a mejor uso de recursos e impulso a conductas preventivas.
Construir sistemas de salud sostenibles, con profesionales en condiciones dignas, es tarea de todos.
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Por eso, el Estado, teniendo en cuenta las realidades sociales y económicas y haciendo un balance adecuado, debería regular de alguna forma y distribuir las cargas entre las plataformas digitales y los prestadores de los servicios