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Analistas 23/04/2022

Patria y progreso

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La patria es el lugar ideal en que rigen los valores y reglas de conducta que establecieron en su momento los padres o predecesores de lo actual, antepasados idealizados dotados de virtud cívica. La lógica del concepto llevaría a concluir que la patria es propósito ulterior. A mediados de la década anterior Marine Le Pen, política francesa de extrema derecha, se apropió del calificativo de patriota para establecer contraste con los supuestos progresistas, quienes en su planteamiento proponen la redistribución del ingreso a través del Estado para financiar el consumo de quienes no producen, así pudieran hacerlo.

La estrategia funcionó: la participación electoral de Le Pen creció con fundamento en esta distinción, que desemboca en posiciones nacionalistas; hoy disputa la presidencia de nuevo. La conceptualización de Le Pen tuvo acogida en EE.UU. en amplios sectores del partido republicano en las elecciones presidenciales de 2020, y se ha extendido a muchos países. La distinción entre patriotas y progresistas presume que en el ámbito internacional la ganancia de un participante requiere la pérdida de una contraparte. Esta premisa, por supuesto, es equivocada: la acertada asignación de recursos permite el beneficio mutuo si cada parte se centra en la tarea en la cual es más eficiente.

La especialización para aprovechar ventajas comparativas en relación con otros ámbitos geográficos es el cimiento del comercio y la acertada asignación de recursos. Además, la contraposición entre patriotas buenos y progresistas malos desconoce la dinámica de la cultura, producto de la innovación y la interacción entre comunidades diferentes, con distintas tradiciones; así, el planteamiento alimenta la intolerancia hacia las minorías étnicas en Europa, en particular las musulmanas, que no adoptan prácticas prevalentes en Francia, Gran Bretaña, Alemania y Holanda.

Procede reconocer que islam admite interpretaciones excluyentes, acogidas por importantes sectores de las comunidades mahometanas, pero también que en buena parte su popularidad refleja el contraste entre su nivel de vida y el de la cultura prevalente en los países que las han recibido. También es cierto que las comunidades negras sufrieron discriminación abierta hasta hace medio siglo en el sudeste de EE.UU., donde hubo esclavitud hasta 1865, y parte significativa de ellas no se ha integrado plenamente a la cultura americana dominante.

Estas fracturas no tienen solución fácil en el mundo de hoy, multiétnico y multicultural, pero integrado.

El concepto de progreso requiere especificar metas, y no se puede limitar a indicadores económicos agregados: cada persona es un mundo, y los criterios para valorar alternativas dependen de cada una. Sin embargo, hay restricciones para formular opciones. Los problemas ambientales fijan barreras que no se pueden desbordar.

La noción de avance permanente, prevalente en el siglo 20, exige revisión: los recursos son escasos. Todos los humanos deben considerar lo que su conducta pueda implicar para los demás. El criterio de decisión no puede limitarse al compromiso con un país, y los linderos tampoco son rígidos. Los beneficios de facilitar el libre flujo de bienes y personas en ámbitos más amplios son importantes. Más allá, la ética debe prevalecer: la especie debe cooperar en algunos capítulos y competir en otros para sobrevivir y prosperar de manera sostenible.

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