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La revolución industrial del siglo XIX trajo eficiencia sin precedentes en manufactura y afianzó las ventajas de Occidente, que le habían permitido el establecimiento de imperios fuera de su ámbito desde el siglo XVI. La población pasó de 800 millones hace un cuarto de milenio, a 2.000 millones al terminar las guerras mundiales, hace 80 años.
En ese momento se estableció el sistema de Naciones Unidas con medio centenar de países independientes, fundado en la democracia liberal y los derechos humanos. La Urss y sus satélites desconocieron las declaraciones pese a haberse vinculado. Hoy la población suma 8.000 millones y los países son casi 200. El analfabetismo, diferencia relevante en 1945, ha sido derrotado en todas partes, pero persisten grandes brechas en ingreso y bienestar, y los regímenes autoritarios pesan mucho.
El consumo de energía por habitante también ha aumentado con el ingreso. La pobreza se ha reducido en forma sostenida, pero todavía cobija a la mitad del mundo. Son tareas ineludibles reducirla de manera sustantiva, ofrecer seguridad y justicia eficaz, y proveer cobertura universal de buena calidad en salud y educación.
Así, los principios de respeto y solidaridad se acepten como reglas éticas por buena parte de la población mundial, los sistemas políticos son deficientes, persisten desigualdades marcadas entre países, cabe la destrucción total de la humanidad con armas nucleares, y la guerra todavía se usa para atender diferencias entre gobiernos.
El inventario de tareas que surge del análisis de las realidades es retador: la población todavía crece, aunque despacio, y envejece. Aumenta la brecha entre expectativa de vida y fase productiva, y la automatización amenaza la estabilidad laboral e impulsa la desigualdad en el ingreso.
Así las cosas, será necesario acometer tareas evidentes: (1) integrar países para aumentar la movilidad del trabajo y reducir los obstáculos al libre flujo de bienes; (2) impulsar el desarrollo regional mediante la articulación de lo público y lo privado para aprovechar oportunidades; (3) establecer educación continua universal para preservar la capacidad laboral de las personas y aumentar su contribución a los servicios solidarios; (4) lograr magníficos sistemas de salud con cobertura universal de buena calidad, con aseguramiento, promoción y prevención mediante esquemas competitivos; (5) revisar los procesos públicos básicos - hacer reglas y asegurar su cumplimiento con justicia - para facilitar la superación de ideologías y, más bien, procurar el cumplimiento de objetivos claros, con restricciones fundadas en valores.
Transformaciones radicales en países selectos, con desorden muy evidente, persuadirá al mundo. Colombia y Venezuela serían candidatos óptimos: en el primero el Estado controla menos de la mitad del territorio, y en el segundo la economía es insostenible. El modelo estatista que prefieren los gobiernos de los dos países es catastrófico. En ambos el estado es muy ineficiente.
En Colombia todavía es posible defender la precaria democracia existente, pero las instituciones son muy deficientes, la economía está reprimida y la educación pública es pésima. Mejorar mucho y rápido en todo facilitaría invitar al país vecino a unión política, en esquema federal para separar sistemas penales y recursos del subsuelo. Convertir sueños en realidades suele ser la mejor solución.
El Distrito debe tener en cuenta, no solo los costos unitarios, sino también las capacidades de infraestructura, la atención efectiva a las necesidades particulares de los entornos, y la composición poblacional en las localidades atendidas
Salinas del Rey es un punto en alza. Es la muestra que cuando el liderazgo se ejerce con la visión puesta en la competitividad, la sostenibilidad y la gente, el resultado es el orgullo y el reconocimiento global