.
Analistas 17/11/2018

Los dilemas de la especie

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

La especie ha crecido su número y la complejidad de sus vínculos. Los grupos del paleolítico, cuando éramos cazadores y recolectores, eran pequeños. La revolución agrícola, quizá facilitada por cambios climáticos, permitió asentamientos, acumulación de bienes y creación de nexos institucionales de envergadura.

Desde entonces la evolución de la tecnología y la cultura ha impulsado modificaciones en el ordenamiento. La revolución industrial desembocó en la multiplicación de la población por diez en el último cuarto de milenio, desde la revolución americana y la revolución francesa.

Hoy son evidentes los problemas de sostenibilidad derivados de ese rápido crecimiento, las fracturas sociales inducidas por la mayor desigualdad divulgada por herramientas de comunicación que alimentan expresiones de retórica religiosa o nacionalista, y los peligros potenciales de tecnologías desbordadas. Es paradójico que hoy tenemos la oportunidad de reducir en forma drástica el hambre, las enfermedades y, en general, las incertidumbres de la vida individual, y al tiempo enfrentemos riesgos de destrucción total o crisis ambiental.

Estamos organizados por países, que son conjuntos de ciudades-región con reglas comunes de ordenamiento básico y cuyos mecanismos para hacer efectivos los pronunciamientos de sus cortes al confrontar normas y hechos son más o menos obligatorios para todos los habitantes de su territorio. En general, tienen funciones fiscales y monetarias. La categoría corresponde a una definición arbitraria e inconsistente. Algunos son fruto de definiciones de origen imperial, inventadas en épocas de ocupación por las potencias occidentales.

Muchos no tienen el tamaño necesario para la autonomía económica. Algunos tienen divisiones étnicas o culturales, en muchos casos insostenibles en los sistemas políticos vigentes. Lo más grave es que no hay herramientas para afrontar los riesgos de armas de destrucción total, impulsar medios coercitivos para proteger el entorno, o prevenir y castigar el ciberdelito. Es más: los órganos de justicia internacional tienen serias limitaciones para hacer efectivos sus pronunciamientos.

Al revisar el ordenamiento internacional, se concluye que es preciso reordenar el planeta. Los países deben asumir estructuras de poder consistentes con las circunstancias y los conocimientos que se viven en el año 2018. El ordenamiento internacional debe reemplazarse por un ordenamiento mundial racional, cuyas cabezas no deben estar sujetas a los acuerdos entre países sino a un sistema que trascienda fronteras y aborde de manera efectiva los asuntos que le corresponderían, con sujeción a normas democráticas y posibilidad de remover a quien intente establecerse en el poder con carácter permanente.

Este último requerimiento, por cierto, también debe aplicarse en el caso de los países, que deben, a su vez, en muchos casos integrarse para capturar economías de escala mediante la formación de unidades de tamaño adecuado, con alguna homogeneidad en desarrollo económico y elementos sociales comunes. Es importante trascender el mito del CEO todopoderoso en la administración pública y establecer, como en el sector privado, máximas instancias corporativas y justicia de verdad independiente. Todo esto suena utópico, pero en los próximos años la seriedad de los problemas obligará a pensar de manera más efectiva.

Conozca los beneficios exclusivos para
nuestros suscriptores

ACCEDA YA SUSCRÍBASE YA