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Analistas 06/11/2021

Linderos relevantes

Gustavo Moreno Montalvo
Consultor independiente

El mundo está en transición. Sus linderos políticos, producto de la historia, definen un conjunto muy heterogéneo de países: China e India tienen más de 1.000 millones de habitantes, y Rusia tiene 17 millones de kilómetros cuadrados, pero también los hay muy pequeños. Aún más importante es la enorme dispersión en el ingreso per cápita. En la conferencia de San Francisco en 1945, donde se conformó el sistema de Naciones Unidas, pocos meses antes de terminarse la Segunda Guerra Mundial, se reunieron 50 países. En la posguerra, el número creció de manera dramática con la independencia de las colonias de Europa en otros continentes.

Hoy hay casi doscientos países con pretensión de independencia. Muchos son heterogéneos desde la perspectiva cultural, como España, con lenguas propias en Cataluña, los países vascos y Galicia, Canadá, con elementos franceses en Quebec, y Bélgica, con diferencia entre flamencos y valones. China tiene muchas minorías importantes, con lenguajes propios. En Afganistán la unidad es producto de decisiones coloniales: hay más de una docena de etnias. Líbano tiene importantes minorías: maronitas, shiitas, sunitas y drusos; no tiene mayoría, y las diferencias religiosas han sido obstáculo para la convivencia armónica. En contraste, los curdos no tienen país propio, aunque su número, repartido entre Turquía, Irán, Iraq y Siria amerita reconocimiento a su tradición y costumbres.

La integración política tiene importantes consecuencias económicas: facilita el libre flujo de bienes y trabajo, y permite diluir los costos fijos de la administración central. Aunque la revolución industrial se gestó en Gran Bretaña y de allí pasó al continente europeo, el gran beneficiario desde el fin de la guerra civil que puso fin a la esclavitud hasta la posguerra fue EE.UU., país sin barreras y con suficiente coherencia cultural para aprovechar la ciencia y la tecnología.

Hoy casi todos los miembros de la Unión Europea buscan hacerla más eficaz pese a diferencias culturales y normativas en seguridad social que restringen la movilidad del trabajo. La mayoría de los países no tiene tamaño y población adecuados para desplegar autonomía en los ámbitos internacionales, y las complejas perspectivas de la humanidad, con nuevos retos éticos derivados del avance de la ciencia y la apropiación del conocimiento por el capital, exigen robustecer la capacidad de regulación global, estimular el crecimiento para reducir las diferencias y labrar un mundo sostenible desde la perspectiva ambiental y social.

Así las cosas, es paradójico que los países bolivarianos, todos con serios defectos institucionales, no busquen compartir los beneficios de unirse sin sacrificar lo específico de su breve historia y su cultura, homogenizada además por las fuerzas de la posmodernidad. Cabría una confederación, con legislador robusto, partidos políticos eficaces para impulsar propuestas de largo alcance y canalizar los recursos para las campañas políticas, justicia eficaz con reglas penales comunes y otras específicas de cada país, y reconocimiento de la autonomía regional para definir y ejecutar estrategias de desarrollo, pero también con libre flujo de bienes y trabajo en el ámbito que comprenden los cinco países. Los beneficios son evidentes, y las diferencias históricas son mínimas si se hace la comparación con Europa Occidental. Pensar en grande es el camino.

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