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Analistas 24/06/2014

¿Y de la revocatoria qué?

Guillermo Cáez Gómez
Socio Deloitte Legal
GUILLERMO CAEZ
La República Más
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Ya pasada la euforia de la “alianza” por la paz de los progresistas con el modelo de gobierno del presidente Juan Manuel Santos, las elecciones de segunda vuelta y el regreso al Palacio de Liévano del alcalde Petro, me resta hacer una sola pregunta al señor registrador nacional: ¿en que quedó eso de la revocatoria?

He oído decir que el silencio que ronda en el alto gobierno frente a este tema se debe a compromisos asumidos por “sumarse” el Movimiento Progresista a la Unidad Nacional, aun con el costo que pueda significar el traicionar sus propias ideas, su demagogia y los gritos desesperados por querer hacer ver que existe una gran mafia queriendo hacerlo a un lado del Gobierno Distrital. Es curioso ver que parece que Petro padece algo similar al síndrome de Estocolmo: un día se rasga las vestiduras insinuando que el presidente hace parte de ese grupo que quiere acabar con la Bogotá Humana y al otro, sin mediar conciliación, sale a los medios a apoyar sin restricciones al presidente en su camino a la reelección.

¿Qué es la revocatoria? En palabras simples es la manifestación ciudadana del descontento con un gobernante y la ejecución, o inejecución en este caso, del programa de gobierno. La modalidad en la que miles de bogotanos decidieron llamar a rendir cuentas en las urnas al alcalde Gustavo Petro debe ejecutarse sin mediar excusas, toda vez que es un mandato constitucional el que avala esa figura. 

No se puede ignorar este pronunciamiento de lo que han llamado el poder primario y, con esto, tratar a los bogotanos como tontos. La situación de Bogotá no da espera, estamos como el “Costa Concordia” (Bogotá): directo a estrellarnos y el capitán (Alcalde) desde la playa (Palacio de Liévano) viendo cómo el barco se hunde. Señor presidente: no sé si haya o no compromisos con Petro; lo que me interesa a mí, y creo que a los que habitamos esta ciudad, es que Bogotá progrese, que dejemos de parecer que estamos en obra gris y haya soluciones definitivas, con o sin el actual alcalde -para mi gusto espero que sin él-. Es imperdonable lo que ha hecho con nuestra ciudad: pasar de ser vanguardia en desarrollo urbano a ser un caos en casi todos los aspectos.  

En mayo pasado, el señor registrador dijo en los medios lo siguiente: “Hoy a la fecha cualquiera que consulte la situación administrativa del Alcalde, hasta que no se haga efectiva la medida cautelar sigue estando destituido y no tiene la posibilidad legal de revocar a alguien que legalmente aún este destituido. Una vez desaparezca o se suspenda la destitución pues tenemos que continuar con el proceso”. En el mismo mes de mayo, el Consejo de Estado se pronunció decretando el amparo cautelar al alcalde. Desde entonces, un mes y medio después del pronunciamiento, ¿dónde se ha reiniciado el proceso de revocatoria? Los ciudadanos merecen respeto y es necesario que se convoque de inmediato este clamor bogotano.

Así como a algún magistrado le dio por decir que el proceso sancionatorio de la Procuraduría General de la Nación era violatorio al derecho de elegir y ser elegido, la misma consecuencia jurídica tendrá el hecho de no llamar al proceso revocatorio. Valdría la pena preguntarle al magistrado Armenta qué tesis acogería en este caso. Amanecerá y veremos. 

La revocatoria, a mi juicio, no tiene como objetivo exclusivo retirar del “mando” al señor Gustavo Petro. Esto no es algo personal. Los verdaderos fines son dos: al mejor estilo del derecho penal, uno es el mensaje que se envía a los futuros gobernantes distritales y nacionales, en el que se deja claro que los ciudadanos somos capaces de llamar a rendir cuentas a quienes no hacen bien su trabajo, sin importar el resultado que este ejercicio tenga; y dos, hacernos tomar conciencia de las decisiones y consecuencias a la hora de dar un voto o quedarnos en la casa viendo los reportes de las elecciones por televisión, echándoles la culpa a la politiquería, a la corrupción o al “eso mi voto no hace la diferencia”. 

El poder está en nuestras manos y somos nosotros quienes hacemos que el voto no valga dinero, tejas, lechonas, trago o cualquier otro cambalache, sino que, por el contrario, se lo otorguemos a quien haya dado muestras de transparencia, liderazgo y altruismo. Para ser político se debe tener vocación de servicio: es una actividad sin ánimo de lucro, no sinónimo de lucro.  

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