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Analistas 22/08/2020

Justipreciar la equidad

Germán Eduardo Vargas
Catedrático/Columnista

Según Sen, cada sentimiento de injusticia vincula una ‘Idea de la Justicia’; para Rousseau representa «amor propio», y James la califica como «sentimiento retórico» (Retrato de una Dama, XXI).

A falta de consenso, por la irreductible diversidad de percepciones, creencias y expectativas, emerge la conformidad hacia determinadas formas de injusticia. Verbigracia, introyectamos neoliberalismo y pedimos “reducir la corrupción a sus justas proporciones”, mientras procuramos diferenciarnos mediante estatus o ganancias (porque lo meceremos).

Ante esas condiciones iniciales, equidad es antónima de «valor». De hecho, es inconcebible según las pautas y metas de «ju-ego-s» que adoctrinan el conflicto entre «ego-ísmo» y bien común, como Monopoly o Tío Rico: así absorbemos las heurísticas y los sesgos cognitivos que distorsionaron la moralidad que hacía viable al sistema social (La Mente de los Justos, 2019).

Adoleciendo falta de reproducibilidad (y aplicabilidad), las evidencias experimentales de la filosofía moral y la sicología social contienen supuestos, reglas y parámetros, que han sido cuestionados por exponer la «racionalidad limitada» que maquillan y refuerzan los econometristas, legisladores y empresarios.

Sus moralejas, de Perogrullo, se disuelven en (o contaminan con) el mismo lenguaje que hizo famoso aquel Dilema del «Prisionero», cuya dominante estrategia garantiza complicidad para defraudar; sobreviviendo a ese hostil entorno (Behavioral game theory: experiments in strategic interaction, 2003), otro ganador de la ficción económica es el «Dictador», quien se apropia de un dinero que podía distribuir, porque en un régimen utilitarista el «Ultimátum» democrático no funciona.

Perdiendo conexión con el idealismo, pero iluminado por la musa de la paradoja, Sen desafío los criterios de pertenencia mediante una simulación mental donde una imaginaria Lady manufacturó un Aulós; Paula podría interpretarlo, y la pobre Catalina que necesitaba juguetes. Contrastó así los argumentos neoliberal, utilitario y redistributivo, aunque confundió su esencia y alcance -hacer, tener, aprovechar y trascender-, pues la propiedad no necesariamente satisface necesidades (esenciales), y la «competencia» se puede enseñar y apropiar.

Nuestra evolución sicológica y social no ha estado a la presunta altura de la tecnológica, y seguimos amenazados por el canibalismo económico, tal como aquella fábula leonina que sometió a la honradez, la docilidad y la inocencia (Esopo). Casualidad, igual que durante Despotismo Ilustrado -tout pour le peuple, rien par le peuple-, en la tecnocracia algunos siguen siendo más iguales que casi todos.

Nada cambia, y corrompimos al denominado salario emocional. Recomiendo el ‘Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad’, donde Rousseau expone cómo legitimamos la azarosa desigualdad (moral), y una reciente publicación en Nature Neuroscience, donde ilustran cómo el antisocial(ista) «Homo Economicus» solo comparte cuando su alternativa es botar a la basura (Dal Monte, 24/02/2020).

Igual, no asimilo los criterios de equidad/justicia de la Corte Constitucional tras tirar a la basura la tributación solidaria (durante la recesión covid). Apremiante, Asamblea Constituyente.

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