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ANALISTAS

Pascua y Paz

jueves, 4 de abril de 2013
La República Más
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Ésta semana iniciada el pasado domingo día en el cual celebramos jubilosos la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, marca también la entrada del tiempo pascual, de trascendental significado porque recrea la principal conmemoración del Cristianismo, tradición antecedida con el final de la opresión del pueblo judío del yugo egipcio al cruzar el Mar Rojo, que gracias a la restauración de Jesús se tornó en el pilar de nuestra fe, nos libró de culpas y dio la esperanza de la paz y la vida eterna, que ganaremos si cargamos con humildad, la cruz redentora del Señor.Como bien lo dijo Jesucristo, nuestro único Dios vivo hecho hombre, “quien quiera seguirme que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz. Pues quien busque asegurar su vida la perderá, y el que la sacrifique por mí o por el evangelio, la salvará” (Marcos 8,34:35). Al respecto hay varias interpretaciones sobre lo cual en mi laico entender significa vivir una vida de amor y perdón, que trate de ser la más fiel interpretación del mandamiento dado por el Señor, “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34).Sin embargo, las circunstancias que ha vivido nuestro país en los últimos cincuenta años desde que la violencia se instauró ilegítimamente como forma de interponer derechos con la maligna integración de la guerrilla fundada por grupos radicales de izquierda, que con el prurito de reivindicar las masas que padecen exclusión y pobreza, las han perjudicado enormemente y enriquecido a los bandidos de sus cúpulas, pero peor aún, están comandadas con una miopía que busca igualar por lo bajo, con egidas socialistas desgastadas mal enfocadas y sin soluciones viables.Al respecto llama la atención el cambio que exhibe una expresión de nuestra iglesia católica respecto del conflicto social que atraviesa nuestra atribulada región, en especial la llamada teología de la liberación, cuyas principales causas e ideas son optar preferencialmente por los pobres, eliminar la explotación, la carencia de oportunidades y las injusticias; donde la salvación sólo llegara con la liberación económica, social y política, signos visibles de la dignidad del hombre.Para la teología de la liberación la situación prevaleciente entre los pueblos latinoamericanos va en contravía del designio de Dios acerca de la pobreza como pecado social, en el cual no solamente hay pecadores abusadores del poder, sino sobre todo víctimas que urgen justicia y reparación. Es así como basados en esas ideas se unieron en su inicio a movimientos irregulares sacerdotes católicos como Camilo Torres Restrepo, miembro del ELN muerto sin haber hecho ni un disparo en su primer combate contra el Ejército regular en 1966.Esta ala revolucionaria del catolicismo desapareció cuando comprobaron lo pérdida que estaba la guerrilla ideológica y moralmente, sobre todo después de la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, fecha a partir de la cual carecen de disculpa y fundamento legítimo los insurgentes de izquierda, sobre todo en nuestra latitud, que no ha aprendido la lección china y aún pretende exaltar países atrasados y empobrecidos como Cuba.Tampoco podemos estimar la posición obtusa de la extrema derecha que no perdona ni da tregua, pero más grave aún, hipoteca al diablo conciencias obnubiladas tras discursos guerreristas exterminadores de caudillos egoístas y soberbios, que nunca serán la solución pues aunque logren “matar” a sus detractores, sus ideas nunca acabarán la pobreza y marginalidad que somete a la mayoría de la población, menos a las esferas privilegiadas que representan.Grupos políticos extremistas, en esta época de pascua no le hagan más el juego a la guerra que solo deja pobreza, amargura y desolación, seamos verdaderos Cristianos, que la luz del perdón, el amor y la misericordia permita que las bendiciones hacia nuestro amado país tengan el efecto deseado para que la paz, la confianza y la prosperidad, puedan rebozar con múltiples beneficios para todos.Coletilla: que sería de la iglesia del Señor sin la invaluable labor de los Santos y mártires que antaño edificaron nuestra multitudinaria comunidad, muchas veces desorientada por vivos bobos que aprovechan la debilidad y la zozobra para dividir, en lugar de propugnar por una iglesia unida y fuerte que se reforme conforme las realidades y retos que afronta, por lo cual celebro con beneplácito la llegada del Papa Francisco como pastor de la iglesia católica, universal por definición y acción.

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