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jueves, 6 de agosto de 2015
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Reconozco que nuestra cultura tropical es muy probablemente el bálsamo que nos recrea ante las vicisitudes, pero al mismo tiempo, la talanquera que impide nuestro despliegue equitativo, lo cual como lo mencioné en mi anterior artículo se une a otros elementos que distraen y confunden, por lo que resbalamos y caemos al transitar la senda del crecimiento sostenible.

Al respecto son muchas las verdades de apuño o irrefutables que conocemos muy bien de las que tantas veces nos hacemos los locos, pero igualmente son muchas las perogrulladas o verdades obvias, que el solo mencionarlas en cualquier lógica resultan babosadas con las que gurúes dogmáticos en pro del estatus quo, confunden y atrapan públicos incautos y desinformados. 

Sin embargo las más dañinas y corrosivas son las verdades a medias, matizadas entre esas dos verdades que aunadas a argumentos propagandísticos en múltiples ocasiones se vuelven monopolios del saber, como sucede con los extremos, incluido el neoliberalismo que al parecer se constituyó en doctrina imperante entre las vertientes políticas de nuestro país.

Pues bien comienzo por el principio, que en sí mismo no es pleonasmo, sino por el contrario trata de fijar el orden y prioridad correcta, que en mi saber y entender tiene que ver con la adecuada gestión de las finanzas públicas que respondan debidamente a todas las necesidades en los planos social y económico, al remover asimetrías e inequidades y promover el desarrollo dinámico y sustentable.

Pero lograr lo anterior se fundamenta ante todo en la naturaleza de los ingresos, los gastos y las inversiones que realiza el Estado, que en su conjunto merecen una revisión a fondo, por lo cual se integró la comisión de expertos en temas tributarios, que esperamos de recomendaciones sustanciales en pro del propósito antes mencionado, conducentes a un sistema impositivo de avanzada.

Sobre el asunto es justo reconocer la lucha contra el contrabando y la evasión que libra la Dian, sin embargo aparte de eso es claro que los problemas tributarios recaen en su conjunto sobre el aparato productivo, al tratar por igual todos los sectores y mercados con una costosísima estructura que privilegia determinados productos y servicios inocuos, agravada por regímenes especiales que avalan la elusión, pero sobre todo un sistema que prácticamente no grava a los más ricos.

Ojalá éstas verdades de apuño sean capitalizadas por la misión creada y no sigan favoreciendo la concentración del ingreso y la riqueza que ha sido nuestra constante, pero también la de Chile, país del que sorprende ver cómo todavía hay quienes lo ponen como el paradigma a emular, lo que en lugar de acercarnos al mejor ejemplo, nos aleja de la economía y sociedad del conocimiento.

Vale mencionar que la desigualdad prevalece en Chile y lo mantiene como una de las mayores del mundo y la distribución de los ingresos la peor en la Ocde, con un sistema impositivo y fiscal centralista que favorece la concentración, pero además un aparato productivo concentrado en el cobre y algunos productos agropisícolas, aún sin diversificarse, ni mucho menos sofisticarse.

Por eso caer en dogmas y verdades a medias es letal. Por supuesto que tener un país en paz es clave, pero también no estar obnubilados con la infraestructura física como si fuese la panacea, elixir o remedio maravilloso al atraso y la pobreza, ni las casas gratis o las 4G subsidiadas por el Estado para dar rentabilidades extraordinarias, entre otras perlas.
 

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