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Tribuna Parlamentaria 31/07/2025

La infamia disfrazada de justicia

Gabriel Velasco
Senador

Hoy escribo con rabia y con tristeza. No por mí, sino por millones de colombianos que sienten que este no fue un fallo de justicia, sino de revancha. Álvaro Uribe Vélez ha sido condenado en primera instancia, y el peso de esa decisión no cae solo sobre él: golpea el corazón de quienes vimos en su liderazgo el coraje que salvó a Colombia del abismo.

Uribe no fue perfecto. Nadie lo es. Pero fue el hombre que decidió enfrentar al terrorismo cuando otros preferían mirar para otro lado. Fue el Presidente que devolvió la autoridad, la seguridad y la esperanza a un país que vivía arrodillado ante el miedo. Su legado no es una opinión; está en las cifras, en los territorios recuperados, en las vidas que cambiaron gracias a una política de Estado que hizo lo que parecía imposible: devolvernos la confianza de salir a las calles sin sentir que era un acto suicida.

Por eso, el fallo de hoy duele como una herida abierta. No solo porque condena a un hombre que le entregó su vida a Colombia, sino porque lo hace ignorando los argumentos de una defensa que clamaba ser escuchada. La jueza hizo caso omiso de pruebas y testimonios que merecían un análisis serio y ponderado. Y ese silencio duele. Duele porque confirma lo que muchos temíamos: que este juicio estuvo marcado más por la narrativa política que por el rigor jurídico.

Algunos dirán que así funciona la justicia, que hay que acatar el fallo y seguir adelante. Pero quienes creemos en un verdadero Estado de derecho sabemos que respetar las decisiones judiciales no implica callar ante lo que percibimos como una injusticia. Callar sería claudicar ante el relato que busca borrar el aporte de un hombre que lo dio todo por este país. Y no lo haré. No lo haremos.

No me pidan que aplauda. No me pidan que vea como justicia lo que millones perciben como una afrenta. Porque la justicia, cuando se convierte en instrumento de revancha, deja de ser justicia y se convierte en política disfrazada de legalidad. Y eso es lo que hoy sentimos: que el odio encontró en los estrados una nueva forma de venganza.

Sé que algunos celebran este día. Lo entiendo. Pero también sé que, en el fondo, Colombia no gana con esto. No gana cuando las instituciones se usan como armas en lugar de ser los pilares de unidad que necesitamos. No gana cuando las decisiones parecen más dictadas por la presión del relato que por la búsqueda serena de la verdad.

Hoy acompaño desde lo más profundo de mi corazón a Álvaro Uribe y a su familia. Sé que no están solos: millones de colombianos los acompañamos en este dolor. Nos duele a todos, porque sabemos lo que este hombre hizo por nuestro país. Y porque sentimos que el fallo no solo golpea a un expresidente, sino a una historia colectiva de sacrificios y conquistas que devolvieron la esperanza a Colombia.

Pero esto no termina aquí. No puede terminar aquí. La justicia tiene segundas oportunidades, y yo confío en que en segunda instancia se demuestre lo que este proceso, con sus omisiones y sesgos, no quiso ver: la verdad.

Hoy siento tristeza e indignación. Pero también tengo esperanza. Porque podrán condenar a un hombre en primera instancia, pero no podrán encarcelar el amor, la gratitud y el recuerdo de lo que hizo por Colombia. La historia todavía tiene la última palabra.

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