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Analistas 12/09/2020

Sin ley ni orden

Analista LR

El miércoles pasado, Bogotá vivió uno de sus peores episodios de violencia. Las imágenes de incendios, pedreas, quema de buses y motocicletas y el doloroso registro de víctimas fatales, recuerdan el Bogotazo del nueve de abril de 1948. Los esqueletos de tranvías en llamas parecían reproducirse con deplorable fidelidad en los buses articulados de Transmilenio que ardían envueltos en la oscuridad.

La insania masiva estalla con todo su furor. Es la explosión de una violencia inútil, que desfoga ira y resentimiento más allá de las asonadas del año anterior que, a su vez, superaron los disturbios precedentes en cuanto mostraban signos de preparación y manipulación de rabia contenida.

Apareció, con evidencias inequívocas, una especie de globalización, que replica en nuestro país episodios de otras partes, como si tuvieran conexión directa. ¿Su inmediato reflejo en los disturbios nacionales va más allá de la simple acumulación de resentimientos que coincide con una chispa incendiaria? ¿O es el contagio de informaciones superabundantes sobre un suceso, cuyo impacto estremece al espectador y lo impulsa a imitar conductas que se quedan agazapadas en el subconsciente, listas para saltar, cuando una impresión semejante actúa como revulsivo?

Era previsible que se produjera una fuerte reacción ante la escena, brutalmente estremecedora, de un ciudadano inerme que agoniza y muere ante los ojos escandalizados de millones de televidentes, que no entienden cómo puede sucederle esto a un vecino pacifico, a un hijo, al padre, al hermano o al amigo que se cree seguro al caminar por la calle, sobre todo si en ella hay patrulleros que se suponen son una garantía adicional de seguridad.

Lo reprobable no es que haya reacción, sino lo desmedida. Como si no fuera una expresión de condena pública y exigencia de justicia, sino un pretexto para engendrar el desorden.

Hasta ahora, los estudiosos de estos fenómenos sociales han pasado por encima del fenómeno. Es cierto que estamos ante una violencia sin sentido, si la miramos desde nuestro punto de vista. Pero sí lo tiene para el vandalismo, que se repite y refina sus procedimientos. Lo tiene para quien considere legítimas todas las formas de lucha que conduzcan al poder y no vacile en utilizarlas.

Como se observa al repasar las imágenes, no hay nada de vandalismo espontáneo, por eso la investigación no debe detenerse en el esclarecimiento de los hechos.

Solo así llegaremos al fondo de un problema donde lo peor que puede sobrevenir es una pelea entre náufragos, si además se complica con enfrentamientos de tripulantes y pasajeros que actúan como si buscaran sepultar, en el fondo del océano, la nave que comparten.

Esta es una buena coyuntura para que las instituciones se fortalezcan. Si queremos lograrlo es definitiva la actuación de una justicia pronta y cumplida, como lo ordenan las reglas democráticas. Es lo mínimo que puede pedirse: que los ciudadanos respalden a las autoridades que ellos mismos eligieron, y acaten las leyes con un respeto sin el cual es imposible la convivencia en paz. Es tiempo de sensatez, serenidad y reflexión, de reconstruir a Colombia, jamás de desbaratar lo edificado con tanto esfuerzo.

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