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El pasado 25, mientras apenas me levantaba, revisé titulares internacionales antes del café. El mensaje era contundente: presidentes, ministros de ciencia, CEOs de Silicon Valley, analistas geopolíticos, universidades de élite y fondos de inversión estaban discutiendo un mismo acontecimiento-Misión Génesis, la nueva apuesta científico-tecnológica lanzada en una orden ejecutiva desde la Casa Blanca.
Y en Colombia… apenas un par de notas tímidas en algunos periódicos, casi sin contexto, sin análisis empresarial, sin debate gremial, sin preguntas del Congreso, sin conversación académica. Cero discusión estratégica. Como si no fuera con nosotros.
Pero sí es con nosotros.
Porque Misión Génesis no es un anuncio más: su objetivo declarado por Estados Unidos es duplicar la productividad nacional en menos de 10 años, utilizando inteligencia artificial científica, supercomputación, automatización de laboratorios, integración de datos federales y aceleración del descubrimiento tecnológico. Es la primera vez que una potencia tecnológica fija una meta pública de esa magnitud, con plazos, responsables y arquitectura institucional.
La iniciativa busca conectar la infraestructura científica más poderosa del planeta: supercomputadoras del Departamento de Energía, laboratorios nacionales, datasets biomédicos, energéticos y climáticos, empresas tecnológicas, centros académicos y proveedores de chips y nube. Todo para entrenar modelos fundacionales científicos y agentes de IA capaces de diseñar experimentos, prototipar soluciones, optimizar sistemas y anticipar riesgos.
Las tecnologías priorizadas hablan solas: nuevas energías limpias, redes eléctricas inteligentes, biología sintética, medicina personalizada, descubrimiento automatizado de fármacos, captura de carbono, materiales avanzados, simulación climática, agricultura de precisión, defensa estratégica, ciberseguridad crítica y robótica científica. Es el plano arquitectónico del mundo que viene.
Si Misión Génesis funciona, la humanidad podría acortar décadas de investigación, acelerar curas contra enfermedades hoy incurables, reducir costos energéticos, anticipar crisis climáticas, expandir la frontera agrícola sostenible y rediseñar industrias enteras. Podría mejorar la vida de miles de millones de personas.
Pero también podría fallar. Y ahí asoman los riesgos: concentración del conocimiento en pocas plataformas, dependencia tecnológica irreversible, desigualdad científica global, vigilancia algorítmica, opacidad en la toma de decisiones, monopolios cognitivos y tensiones geopolíticas que recuerdan más a Black Mirror que al Renacimiento científico. La línea entre utopía y distopía nunca ha sido tan delgada.
Y hablando de geopolítica, la gran pregunta es inevitable: ¿cómo reaccionará China?
Con toda probabilidad, ya tiene la siguiente jugada preparada. Porque la estrategia -la de verdad- no se improvisa. No es solo emergente ni reactiva, como algunos repiten en manuales gerenciales simplificados. La estrategia se diseña con propósito, se anticipa, se prueba, se ajusta y se ejecuta leyendo señales de futuro. Y Beijing lleva décadas haciéndolo: chips, computación cuántica, IA aplicada, biotecnología, infraestructura energética, control de datos, diplomacia científica.
Misión Génesis, en este tablero, no es un golpe aislado: es el movimiento previo a la siguiente jugada en la partida global por el poder tecnológico.
¿Y América Latina? Tiene dos opciones: participar activamente-con cooperación científica, diplomacia tecnológica, inversión en talento y construcción de capacidades anticipatorias-o resignarse a ver el futuro por televisión. La región puede aportar biodiversidad, bioeconomía, transición energética, agricultura tropical, salud pública, minería responsable y resiliencia climática. Pero necesitará visión compartida, no parches presupuestales.
¿Y Colombia? Aquí es donde duele. Los sectores estratégicos nacionales-energía, hidrocarburos, minería, agroindustria, biodiversidad, salud, manufactura, infraestructura eléctrica, seguridad-coinciden exactamente con las prioridades científicas de Misión Génesis. Pero no tenemos supercomputación, ni una política nacional de datos científicos, ni un sistema de IA aplicada de alcance público, ni inversión suficiente en investigación, ni una institucionalidad que piense más allá de cuatro años.
Mientras Estados Unidos declara que duplicará su productividad en una década, Colombia sigue discutiendo si la ciencia “genera retornos” o si la innovación es un gasto. Mientras el mundo anticipa el futuro, nosotros seguimos reaccionando al pasado.
Esto debería estar siendo discutido hoy en juntas directivas, gremios, ministerios, agencias regulatorias, universidades, medios económicos y partidos políticos. No como moda, sino como prioridad de competitividad, seguridad nacional, bienestar social y desarrollo empresarial.
Porque Misión Génesis no es sobre Estados Unidos: es sobre el futuro del planeta. Y sobre si estaremos dentro o fuera cuando se defina. En términos estratégicos, la peor decisión posible no es elegir mal. Es no decidir.
Quizás dentro de 20 o 30 años, cuando los historiadores del futuro analicen este momento, dirán que aquí comenzó una nueva era científica y productiva. O dirán que la vimos pasar, sin comprenderla, sin debatirla, sin actuar.
La historia todavía no está escrita. Si despertamos a tiempo, si debatimos y actuamos con visión, Colombia no será una nota al pie del futuro, sino parte de su narrativa. Pero ese lugar no está garantizado: debemos ganarlo.
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