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En una de mis primeras clases de economía, el profesor escribió en el tablero las palabras “eficiencia” y “equidad”. Según nos dijo, esa materia se interesa por la eficiencia y por llegar a un punto óptimo. Una vez allí, cada quien, dependiendo de sus juicios de valor, define qué tanto está dispuesto a perjudicarla en aras de lograr una mayor equidad. Esta dicotomía enseñada por años como ciencia, es falsa.
Como suele suceder con ideas complejas que cogen vuelo, la noción de un intercambio entre eficiencia y equidad se popularizó en 1975 con la imagen de un balde que filtra agua. De acuerdo con Okun, pasar recursos de los ricos hacia los pobres es como transportar el líquido en este tipo de recipientes. Al final, llega solo parte pues mucha se pierde en el camino. Por años, a los estudiantes de economía les enseñaron que redistribuir para lograr equidad genera ineficiencias y lleva a un menor crecimiento económico. De esta línea argumentativa se deriva el reciente anuncio de la administración Trump de reducir estrepitosamente los impuestos.
Si hay menos gravámenes, las personas gastan más y existen incentivos para trabajar e invertir pues de lo que les ingresa, el gobierno les quita menos. La combinación de estas fuerzas lleva a una economía más robusta. El caso de Trump es claro. Desde que fue electo, el índice S&P ha estado en su más alto nivel histórico. La mencionada noticia ya fortaleció el dólar. Si se aprueba la reducción de impuestos, se va a estimular la economía ya que se incrementaría el gasto de las personas al disponer de más efectivo.
El problema es que esto no es sostenible en el tiempo. Si Trump reduce los impuestos tal como lo anunció su equipo, aumentaría el déficit entre US$3 billones y US$7 billones en los próximos 10 años. Según el Presidente, el crecimiento económico adicional compensará la reducción de ingresos. En este caso tendría que llevarlo a 4,5% anual promedio durante la década, lo cual no va a pasar.
Además, la inflación presionará y la desigualdad empeorará. Eventualmente, se recalentará la economía y llegará la crisis. Al final existiría un periodo corto de auge y una fuerte resaca. Lo difícil para un país no es tener un pequeño pico, sino obtener un alto crecimiento de manera sostenida. La eventual crisis será en parte causada por el empeoramiento de la desigualdad. Eso fue lo que encontraron economistas del FMI en 2011. Según ellos, el nivel de desigualdad de una nación es un factor determinante en qué tan sostenible es un alto crecimiento económico. Entre menor sea este, mayor será el crecimiento y el tiempo en que logre durar.
Los investigadores observaron seis países que gozaron de crecimientos importantes pero tuvieron rupturas abruptas. Colombia fue examinada y, acorde con el modelo, tenía 88% más de probabilidad de sufrir una crisis que acabara con su racha de crecimiento que un país promedio. Esto se debía, en gran medida, al alto grado de desigualdad.
Muchos otros estudios han demostrado que, a diferencia de lo que me enseñaron en la clase de economía, no solo no existe un intercambio entre eficiencia y equidad sino que, por el contrario, redistribuir y reducir la desigualdad incrementa el crecimiento económico y su duración. No se sorprendan si las medidas de Trump producen un boom en la economía americana, pero tengan por seguro que van a empeorar la desigualdad. El crecimiento de corto plazo será insostenible y vendrá acompañado, si no se toman medidas para reversar estas desacertadas decisiones, de una crisis en el mediano plazo.