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ANALISTAS 12/11/2025

Los influencers y el futuro de la política

Eva Barreneche López
Abogada y consultora en Nuevas Tecnologías e Innovación

El pasado 27 de octubre, durante la consulta del Pacto Histórico, tres influencers de izquierda -Wally, Muriel y Lalis- fueron de los más votados. Y, como era de esperarse, surgió la pregunta: ¿serán los influencers los políticos del futuro?

La respuesta corta es no. Han sido el pasado, el presente y, con toda seguridad, seguirán siendo el futuro.

Porque antes de los likes y los reels, ya existían los micrófonos y los periódicos. Los líderes de opinión siempre han usado los medios -viejos o nuevos- como atajo hacia el poder. Lo que ayer fue la tribuna radial o la columna de opinión, hoy es el video explicativo o el hilo viral: distintos formatos, mismo propósito.

Y no se trata de un fenómeno exclusivo de una orilla ideológica. También hay influencers de derecha y del centro que buscaron -o consiguieron- curules. ¿O no llegó así Polo Polo? ¿No está JP Hernández en el Congreso? ¿No anda Briceño ensayando discurso desde X, camino al Senado? Todos, nos gusten o no, son líderes de opinión que entendieron algo esencial: en la era digital, la influencia también es poder.

No es un fenómeno nuevo, pero sí uno que muta con la tecnología. Las redes no inventaron la influencia; la multiplicaron. Las nuevas formas de mediación del mensaje político -basadas en la emocionalidad, la cercanía y la inmediatez- han abierto un campo fértil para la investigación en comunicación política.

Una scoping review reciente, que analizó 77 publicaciones científicas en bases como Scopus y Web of Science, muestra un auge del término political influencer, asociado a la transformación de los marcos de autoridad informativa. En otras palabras: el liderazgo político ya no se mide solo por votos o partidos, sino por la capacidad de generar conversación en entornos digitales.

El hallazgo no es menor: asistimos a una reorganización profunda de la esfera pública.

Los political influencers no solo inciden en el debate, sino también en la formación de valores, especialmente entre los jóvenes. Su narrativa audiovisual, su tono confesional y su vínculo directo con la audiencia han difuminado las fronteras entre información, opinión y espectáculo.

Y es que sí, el medio moldea el mensaje. En las redes, donde prima la visibilidad y la inmediatez, la emoción suele desplazar a la razón. Pero sería un error estigmatizar los formatos. TikTok, YouTube o X no son enemigos del pensamiento crítico; son sus nuevos escenarios. La verdadera pregunta no es si los influencers son válidos, sino si la ciudadanía será capaz de mantener el juicio en un entorno donde la atención es el bien más escaso.

Porque algunos ven en estos nuevos actores una amenaza al debate público, pero lo cierto es que la historia colombiana ha estado llena de “influencers” con otros nombres. Desde Antonio Nariño, que fundó La Bagatela para difundir ideas, hasta los presidentes del siglo XX que dirigieron periódicos o noticieros, el periodismo y la política siempre han sido vasos comunicantes.

Lo que ha cambiado no es la vocación de influencia, sino su gramática. Antes bastaba una columna impresa; hoy basta un celular. Y aunque el formato cambie, la pregunta ética sigue siendo la misma: ¿qué hacemos con el poder de persuadir?

En un ecosistema donde el algoritmo decide qué vemos y qué creemos, los nuevos intermediarios del mensaje político no son los partidos ni los medios, sino las personas que logran conectar con nuestras emociones. Los political influencers encarnan esa transición: entre la ciudadanía informada y la audiencia movilizada, entre la deliberación y el espectáculo, entre la política como argumento y la política como performance.

Tal vez el futuro de la democracia dependa menos de cuántos influencers lleguen al Congreso, y más de qué tan conscientes somos de por qué los seguimos.

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