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Las primaveras árabes motivaron -hace ya más de cuatro años- las primeras protestas en Siria. De forma pacífica un número importante de sirios, hartos de la represión y corrupción del régimen alauí de la familia Asad protestaban con la ilusión de que, al igual que Túnez, Egipto, Libia o Yemen, Bachar Al Asad fuera derrocado. Sin embargo, continúa como presidente, pues la respuesta de la comunidad internacional ha sido tímida, fundamentalmente por los aliados con los que Siria cuenta.
Rusia, Irán y la organización chií libanesa Hizbulá brindan apoyo militar, diplomático y financiero al gobierno de Damasco. Putín, además, anuncia continuamente que vetará en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier sanción -incluso se negó a aceptar una exclusión aérea como en Libia para enviar ayuda humanitaria- de ahí que la suerte de Al Asad no sea la misma que corrieron Ben Alí, Hosni Mubarak, Muamar Gadafi y Alí Abdalá Saleh.
Cuatro años de guerra civil que arrasa ciudades, ha olvidado a una población sumida en el hambre y la miseria, sometida a represiones que han incluido armas químicas. Naciones Unidas tiene cifras que señalan más de 200.000 muertos, 11 millones de sirios obligados a dejar sus casas y cuatro refugiados fuera del país. Como si fuera poco, los bombardeos de la coalición internacional en contra del autodenominado Estado Islámico no parecen detener a los yihadistas, sumando a sus desgracias amenazas tan o más graves que las de la dictadura de Bachar Al Asad y la paradoja de que este último se convierta en defensor de su pueblo en contra de las milicias islamistas, de hecho se sumó a la coalición internacional y autorizó los bombardeos.
Así, cuatro años después, para la comunidad internacional Al Asad es el menor de los males y un colaborador necesario para la lucha en contra del califato del terror. Lo que de alguna manera refuerza su tesis de que todos sus opositores eran terroristas, permitiéndole atomizar a la oposición y recuperar territorios en los que había perdido el control. Sin una oposición unificada, con las instituciones sirias funcionando, la salida del gobierno sirio no está en el horizonte.
En nuestra columna ‘¿Echando de menos a Sadam Husein?’ (26.08.14) explicábamos que la inmovilidad de la comunidad internacional ante la crisis siria y el Frente al Nusra facilitaron la implantación de los salafistas yihadistas en este país e Irak, ahora con más razón poco se hará en contra del régimen de Damasco y el reto, más allá de la lucha en contra del califato autodenominado Estado Islámico, es la mayor crisis humanitaria de nuestra historia reciente. Al finalizar 2014, el plan para dar repuesta al drama humano creado por el conflicto sirio solo había recibido 48% de la financiación requerida.
El alto comisionado de la ONU para los Refugiados, António Guterres, señaló que Turquía está desbordada, se ha convertido en el país con el mayor número de refugiados del mundo, casi cuatro millones de sirios, y otros dos millones de desplazados iraquíes. Por su parte, en el Líbano un tercio de su población es palestina o siria. En esa nación y en Jordania el incremento de habitantes ha sido igual en los últimos años que el que suele haber en décadas.
El drama es mayor si tenemos en cuenta que cerca de dos millones de refugiados sirios menores de 18 años “están en riesgo de convertirse en una generación perdida”, mientras que más de 100.000 niños nacidos en el exilio -de acuerdo con la ley Siria- serían apátridas.