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Analistas 01/09/2022

Futuras decisiones

Eric Tremolada
Dr. En Derecho Internacional y relaciones Int.

En 1992, tras el fin de la Guerra Fría, se decía que la lucha de ideologías había terminado, pues se había impuesto un mundo fundamentado en la economía liberal. La polémica tesis del fin de la historia, de Francis Fukuyama, se sustentaba en que la competencia de sistemas económicos y sociales, que surgió en la segunda posguerra, dejó de darse al desaparecer la Unión Soviética.

De ahí que cuando el modelo occidental, fundado en la economía liberal, deja de tener un competidor, no solo se habla del fin de una época, sino que, con una visión optimista para unos, e instrumental para otros, se creía que estábamos alcanzando una aldea global sin desigualdades y, por tanto, sin conflictos. Con un neoliberalismo que promovía unos mínimos en materia de regulación económica y los Estados favoreciendo la eliminación de barreras a la circulación del capital, bienes y servicios, mientras se daba el salto cualitativo de las tecnologías de la información y la comunicación, la aldea global se percibía como una realidad.

No obstante, esta aldea favorecida por la hiperglobalización, en palabras de Dani Rodrik, “comenzó a crujir por sus propias contradicciones”. Los países debían especializarse en lo que producían bien (principio de la ventaja competitiva), sin embargo, el pensamiento desarrollista se impuso y los gobiernos direccionaron sus economías para producir lo que los países más ricos producían, generando una tensión entre las políticas intervencionistas de los países más exitosos (China) y los principios “liberales” del sistema de comercio mundial. Pero no es la única contradicción que señala el respetado economista turco, esta tendencia hiperglobalizadora, exacerbó los problemas de redistribución del ingreso en muchas economías y cuando se hacían llamados para reformular estas reglas excluyentes de la globalización, se decía que el fenómeno era inmutable.

Como si fuera poco, a estas tres tensiones se suma el predominio de la lógica de la competencia estratégica sobre la economía. Antes de la pandemia la seguridad nacional y la competencia geopolítica ya regía el enfrentamiento entre EE.UU. y China, donde el esfuerzo del primero para evitar el ascenso del segundo, no solo era improductivo sino peligroso, y este año Rusia convirtió su legítima necesidad de seguridad en agresión hacia Ucrania.

Rodrik desde hace unos meses insiste que en estos escenarios, en los que se impone la geopolítica, no obedecen a fuerzas sistémicas fuera de nuestro control, se dan porque no tomamos las decisiones correctas como se hizo en el marco de la hiperglobalización. Advierte dos escenarios para la economía mundial, uno en que los Estados, de forma autárquica, tiendan a abastecerse con sus propios recursos, aunque lo considera poco probable por la fuerte interdependencia, y otro, en que la geopolítica prime, a tal punto que haga que las guerras comerciales y las sanciones económicas se conviertan en rasgos permanentes del comercio y las finanzas internacionales.

Consciente de que no se puede descartar el segundo escenario y confiando en que sabremos tomar decisiones, avizora un panorama que permite una prosperidad inclusiva en el interior de los países, así como paz y seguridad en el exterior, claro, siempre que logremos un equilibrio entre las prerrogativas del Estado y las precondiciones de una economía abierta.

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