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Analistas 02/05/2025

Dejando huella

Eric Tremolada
Dr. En Derecho Internacional y relaciones Int.

La dignidad humana era el pilar central del discurso del recién desaparecido Papa Francisco. En innumerables ocasiones clamó contra la indiferencia ante el sufrimiento “cada persona humana es un fin en sí misma y nunca un simple medio”.

Esta afirmación ilustra perfectamente el alcance del artículo primero de la Declaración Universal de Derechos Humanos, “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Francisco, con su humildad y la voz resonante de sus mensajes cargados de humanidad, más allá de su liderazgo espiritual, actuó -lamentablemente sin mayor éxito- llenando el vacío de conciencia de individuos y naciones, recordándoles en forma permanente los principios fundamentales que deben guiar su conducta.

La cuestión de los migrantes y refugiados fue uno de sus temas recurrentes. En sus exhortos a la solidaridad, recordaba que “no se trata solo de migrantes, sino de nuestra humanidad”. Este llamado refleja el espíritu de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, que establece la obligación de los Estados de proteger a quienes tienen que desarraigarse de sus naciones por razones políticas.

En materia de paz y desarme el Papa también fue un firme defensor. En su mensaje de enero de este año a los 184 diplomáticos acreditados en la Santa Sede, remarcó la importancia del diálogo y la diplomacia, y que “la paz es el fruto de la justicia”. Sus insistentes llamados a “construir puentes en lugar de muros” son el fin mismo de la Carta de las Naciones Unidas, que insta a los Estados a resolver sus controversias por medios pacíficos.

No dudó en mencionar los dramas de Ucrania y Gaza donde se bombardean civiles -entre ellos niños-, hospitales e infraestructuras, se refirió a las crisis en Líbano, Siria, el cuerno de África, Nicaragua, Venezuela, Myanmar y Haití. Solicitó no sacrificar derechos humanos por necesidades militares e instó el diálogo con todos, incluso con los más incómodos, inclusive propuso, entre otras cosas, un fondo con dinero de los gastos militares para eliminar el hambre.

En su encíclica Laudato si’ hizo un llamado urgente a “cuidar la creación”, esto no es nada distinto a actuar contra el cambio climático. Su insistencia en la “ecología integral” refleja los principios de la Declaración de Río, que reconoce la interdependencia entre el desarrollo humano y la protección del medio ambiente. Llegó a señalar expresamente la conexión entre pobreza y degradación ambiental, tal como lo prevé el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible 1 y 13.

En un mundo marcado por la polarización y la injusticia, la voz del que fuera el Papa Francisco, que seguían más de los 1.400 millones de católicos, comprendidos muchos de los líderes que son tanto como nosotros responsables por acción y omisión del mundo en que vivimos, nos recordó que el derecho internacional no es solo un conjunto de normas, sino un instrumento para construir un mundo más justo y humano.

Sus mensajes, impregnados de compasión y sabiduría, nos invitan a reflexionar sobre nuestra responsabilidad compartida de proteger la dignidad humana, promover la paz y cuidar de nuestra casa común. En una de sus homilías antes de ser Papa ya había mandado un mensaje claro a los líderes del mundo y a nosotros “el que camina sin dejar huella, no sirve para nada”.

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