MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
El pasado 10 de febrero, en El País de España, Pol Morillas, en una aguda crítica a la coyuntura de la Unión Europea, asevera que el 2016 bien podría ser el año del inicio de su “deconstrucción”. El investigador del CIDOB, luego de analizar distintos sucesos, concluye que la deconstrucción de la Unión seguiría el método Monnet que tanto le sirvió para su construcción “pequeños avances en la integración que hacen que no haya vuelta atrás al tejer una unión cada vez más estrecha, sería remplazado por una deconstrucción también paulatina”.
La temible futurología responde a varios hechos de los que –de manera coincidente– nos hemos ocupado en esta columna en varias ocasiones. En primer lugar, la crisis de los refugiados que no encuentra una repuesta conjunta y consecuente con los principios que la Unión promueve, preguntándonos –los pasados 5 de mayo y 11 de agosto– si su impavidez se explicaba por su ceguera o cinismo, que hoy cuestionan el liderazgo de Alemania. La tímida política de “brazos abiertos” liderada por Ángela Merkel no cala dentro y fuera de sus fronteras.
Coincidimos, además, en el descarado chantaje que hace el Reino Unido a sus socios europeos y que no tardará en generar un efecto cascada. El 21 de mayo y el 2 de junio de 2015 cuestionábamos el –largo y planificado– desafío de Cameron a la multilateralidad europea, recordando que para contrarrestar el avance de los nacionalistas del United Kingdom Independence Party, amenazó con vetar al presidente de la Comisión Europea, y realizó la inadmisible petición de establecer cuotas de inmigrantes de la Unión, minando el principio de libre circulación y desconociendo el aporte neto de estos al Reino que fue de 20.000 millones de euros entre 2002 y 2011. Luego convirtió en disputa política con Bruselas un ajuste técnico marginal que los obligaba a pagar 2.100 millones de euros extra a los presupuestos europeos. Previamente, había arrinconado la modesta alternativa para el Mediterráneo “Tritón” y anunciaba la expulsión de los inmigrantes comunitarios que no lograran empleo en seis meses, y como si fuera poco, quería quitarse de encima la obligación de someterse a la competencia y decisiones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Con un referendo sobre su permanencia en la Unión, que anunció en su campaña de 2013, Cameron lográ limitar un principio básico de la institucionalidad europea (los beneficios sociales para trabajadores europeos), invitando a sus socios a sumarse a la vía de las excepciones como condición para mantenerse en un proyecto de 65 años de recorrido.
Por último, en vez de negociar una politica migratoria común y que responda a sus inmensas necesidades de mano de obra calificada y sostenibilidad de su Estado de bienestar, los ministros de justicia e interior apuestan por más trabas a Schengen, limitando la libre circulación y amenazando a Grecia de expulsarla de este acuerdo, sin concederle ayudas sustanciales que necesita ante la llegada permanente e inasumible de refugiados a sus costas.
Seguiremos insistiendo en que la ausencia de una política migratoria común es la deuda más importante de la UE con propios y extraños, que de manera integral resolvería –en parte– la presión migratoria y los excesos para aprovecharse de los derechos sociales, sin embargo, el miedo a la migración y un liderazgo muy distante al de sus fundadores los tiene dando palos de ciego como el reciente acuerdo con Turquía del que nos ocuparemos más adelante.